“¡Me atacan porque nunca me he arrodillado ante nadie y porque desde siempre he defendido los intereses del pueblo!”
Redacción
EL LIBERTADOR
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Tegucigalpa. Este refrán es trillado, pero sincero: “los amigos se conocen en el hospital y la cárcel”. El congresista y comunicador Luis Galdámez conoce a bien esa máxima y lo vive en primera persona. En este punto de la vida, sabe que aquellos que le prometieron amistad en las buenas y malas, no están. Sólo están los que están; sólo están quienes aún comprenden que la amistad es en la abundancia y necesidad, no cuando ha llegado a la cúspide del éxito como periodista. No cuando es funcionario y todos quieren tomarse una foto con él y decirle que cuente con su apoyo “en las que sea”. Acá, los supuestos respaldos son falacia cuando la realidad es más pesada que una losa de concreto.
ABANDONADO
Sólo sabe que está abandonado por sus compañeros de bancada –a excepción del suplente Mario Sorto– en una reducida celda de tres por dos metros, apenas acompañado por su esposa, un hijo que no supera los dos años, varios libros colocados ordenadamente bajo una mesa plástica y encima de ella comida que le mandan de casa y un par de amigos que acuden religiosamente a verlo para demostrarle el cariño que le tienen, es la compañía que tiene este popular comunicador que, trata de estar bien vestido, a pesar que no lo puede mostrar a nadie, sólo a las lúgubres paredes y a los pocos que llegan a verlo. “Incluso los periodistas se olvidaron de mí”, lamenta.
SOLO EN LA CÁRCEL
Los parlamentarios rojinegros sólo llegaron a dejarle un grueso colchón que lo salva de dormir en una gélida cama de concreto, a desearle la mejor de las suertes en el juicio…esos días son historia porque se desconectaron de la situación legal del camarada. Apenas es visitado por Xiomara Castro. Es más, ni tiene acceso a abogados, ni cuenta con el respaldo de su partido para que lo apoye a sufragar el costo del proceso al que se enfrenta. Y no puede firmar una carta poder para que el abogado Marcelino Vargas lo saque de la cárcel, porque los jefes del regimiento militar impiden que el togado ingrese para dialogar con el cliente y llegar a un acuerdo.
VECINOS PELIGROSOS
Para llegar al incómodo calabozo donde está Galdámez, hay que pasar tres retenes: en el primero hay varios conos colocados estratégicamente para bajar la velocidad del carro; en el segundo retén, cuatro militares hacen otro registro, uno de ellos anda con un pasamontañas para “cubrirse” de las visitas y los reclusos y a cien metros está el último control. Hay que volver a dar nombres y a quién viene a visitar. Tras superar los escollos, está la celda que ocupa el parlamentario por Libre. Junto a él, está la amplia jaula donde está Mario Zelaya, el que desfalcó al IHSS y, el otro vecino, es Javier Pastor, quien fue subsecretario de Salud y está encerrado por ser compinche de Zelaya.
O EL TAXISTA O GALDÁMEZ
La plática ha sido larga entre Galdámez y los que escriben esta historia. Se ha desahogado por buen rato, tras el saludo ritual del apretón de manos y abrazos, de buenos deseos y solidaridad, de añorar la reporteada –jerga usada por los periodistas que hacen trabajo de campo– y analizar el futuro de Honduras, el privado de libertad comenta que está “dispuesto a pagar los pecados de mi partido, aun cuando me dejó abandonado”. La postura es firme porque es consciente que es casi inminente una larga estancia en la cárcel, si bien las pruebas –como lo sostiene la defensa– afirman que tuvo que defenderse, caso contrario “el muerto hubiera sido yo y anduvieran en la tumba diciendo ‘Galdámez vive, la lucha sigue’”.
HORAS DE ESTRÉS
Desde el torreón se ve un soldado que observa cada movimiento que hacen los prisioneros y acompañantes. Mantiene el dedo índice cerca del gatillo, dando a entender que cualquier movimiento sospechoso será castigado con una bala. Dos militares hacen compañía a una dama vestida de buzo deportivo que llega a visitar al pariente que está al final del corredor. Cuando entra –al igual que nosotros– el centinela cierra el portón con un grueso candado de mala calidad y la sensación de estar encarcelado se traslada a cada uno de los visitantes.
La esposa del periodista ha pasado largas jornadas al cuidado del cónyuge y ya no le es extraño esa vivencia. Durante las ocho horas que están juntos, se dedica a atender al atormentado marido con todo lo que esté al alcance dentro de la celda. El estrés la vence y duerme por ratos mientras el hijo la toca para decirle que la ama mucho y le da un beso en la mejilla. Se vuelve a dormir.
REEDUCAR CUERPO
“Esta es una lucha que hay que afrontar –prosigue con la inconfundible voz–, me siento bien y decidido a afrontar las cosas. La depresión la hago a un lado porque no hay espacio para llorar”. El reducido espacio le ha obligado a reeducar el cuerpo; conocido por todos como una persona hiperactiva, hoy se ha visto obligado a permanecer por horas en una sola posición por falta de espacio. Si sale de ella, camina por una hora diaria, el resto del día tiene que estar confinado y el encierro le carcome el cuerpo. La piel se nota flácida, como si hubiera padecido hambre por varios meses. Los negocios que fundó han pasado a manos de los hijos, todos con maestría universitaria, para que no se vayan a la quiebra; aun así, la crisis la han sentido por la ausencia temporal del jefe de hogar.
PERDONA A MAURICIO
Por eso responde que “he aprendido a vivir en la abundancia y la escasez. Este momento lo superaremos y vamos a vencer”. Le suma el último acto hecho por el presidente del Congreso, Mauricio Oliva, de quitarle el sueldo, alegando que “ya le suspendieron sus derechos”, sin que haya sido sentenciado. “Lo peor es que los diputados de Libre no pelearon porque me quitaron mi sueldo como diputado; en esta cárcel hay personas que también tienen juicio y el salario se los pagan puntualmente, ¿y no es que la constitución es para todos?”. No le resulta raro el carácter dictatorial del titular del parlamento, pero le manda a decir: “te perdono Mauricio por todo lo que hiciste y de mí no esperes venganza”.
ETERNA GRATITUD
Antes de concluir esta plática, Galdámez muestra gratitud por todos aquellos que lo han llegado a visitar. Un taxista que se opone a las prácticas corruptas de los dirigentes del gremio ha llegado a darle apoyo y llevaba una lata de “tutifruti” (un cóctel de frutas), pero los militares le dijeron que no podía entrar por “órdenes superiores”. La misma frase escuchó el privado de libertad cuando lo cambiaron de una celda grande a la pocilga. Son órdenes superiores. Ha decidido encaminar un par de centímetros a los visitantes y se funde en abrazos con todos. Afuera, está Yolanda Chavarría, la abuela de “La Resistencia” que ha llegado a dejar bocadillos al “nieto” para variar la dieta de frijoles, arroz, un trozo de chorizo o carne, que dan los militares. El portón se cierra y los que le juraron amistad, jamás llegaron. Esas lecciones no las olvidará el periodista.
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