HONDURAS / EL LÍDER Y EL PAYASO

“El verdadero poder se esconde a menudo tras una sonrisa, y la carajada del poderoso suele ser letal como el acero.- Aunque el líder no esté consciente de sus payasadas, ni el payaso de su poder”, argumenta en esta brillante reflexión el pensador hondureño, Rodolfo Pastor Fasquelle (gráfica).

Rodolfo Pastor Fasquelle

EL LIBERTADOR

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Para muchos se tratará de una antinomia, y no hay similitud entre el líder y el payaso. Pero por supuesto hay conexiones y afinidades profundas entre esos papeles populares de la comedia humana. Desde siempre: los reyes más antiguos y los bufones de la corte (jesters), usaban máscaras, coronas y pelucas, acostumbrando disfrazarse. El payaso y el líder han sido siempre actores, histriones que se toman el escenario central sin miedo al auditorio, ni al ridículo, y hombres de paja, listos para decir lo que no hace falta y responder lo que no resuelve la pregunta. No falta quien se enoja y quisiera que el poder fuera solemne y la comedia siempre marginal. Pero el verdadero poder se esconde a menudo tras una sonrisa, y la carajada del poderoso suele ser letal como el acero. Aunque el líder no esté consciente de sus payasadas, ni el payaso de su poder.

Hoy en día hay muchos líderes a quienes se acusa de payasos, de izquierda y de la derecha indistintamente, en África, aquí en América Latina, Bolsonaro y Andrés Manuel, Bukele y Maduro. Ortega y Uribe. En el ancho mundo también. En Europa, acaba de caer Boris Johnson, antes Berlusconi, y no tardará en salir el comediante Zelensky, que hoy alterna como héroe pero es un cómico, mientras que a EUA podría regresar al presidencia cualquier día Trump, payaso de marca mundial, que complotó contra su república. Todos han tenido o tienen coloridos seguidores, y muchos de los más serios en cambio, nada. Aquí en Honduras buena parte de los políticos más exitosos que he conocido han sido payasos.  En mi tiempo, Oswaldo Ramos Soto, a que quisieron hacer parlamentario perpetuo, y el Suazo Córdoba de la Virgen del Pasaporte. Mario Ramón López Roland Valenzuela hijo, y todos recelaban de Jaime Rosenthal, justo porque era capaz de divertirse burlándose con una ironía semejante -dice Arechavala- al del judío, el cheko Kafka, un talento que nadie heredo. Aunque no creo que nadie haya superado -en esa liga- a Salvador Nasrala que sin embargo tiene fans tan discretas.

La primera conexión es la que subraya un viejo dicho inglés: everybody loves a clown, todo el mundo ama al payaso. Resulta que eso busca el payaso, de muy diversas formas, que lo amen y teme mas que nada el desamor, el triste y solitario pierrot que despojado de su maquillaje es nada. Y el mayor anhelo del líder, es ser amado, porque sin esa concurrencia queda reducido a un payaso. Como otros artistas, el líder y el payaso mueren por el aplauso, quieren tener la audiencia hipnotizada, y un millón de amigos, como canta Roberto Carlos sin ser demasiado selectivos en lo referente a la calidad de sus fans, ni tener claridad con respeto al propósito de mesmerizar a nadie.

Un líder puede ser muy solemne, rimbombante, pomposo, sin que los observadores dejemos de ver atrás de él, al payaso. Uno ve a Adolf Hitler discursando frente a estadios llenos de fanáticos uniformados y muy ordenados, gritando el furher exaltándose, delirando, y abatiéndose, sin dejar de percibir por un momento lo ridículo de sus poses y sus gestos, lo exagerado y grotesco de que ni cuenta se da. Todo es orden ahí, en la ceremonia del poder. Y es porque Hitler se instala en la solemnidad absoluta que Charles Chaplin, el payaso genial se puede tan fácilmente burlar de él. Mientras que por otro lado, a veces, vemos a un líder payaseando y sabemos que puede darse ese lujo, porque en su atractivo y poderío confía. Consciente de que a sus enemigos no los complacerá nunca. Aunque es un comediante más, e igual nos hace reír con sus chistes, muchas veces a costa de sí mismo y aun burlas auto despreciativas, es imposible burlarnos de Winston Churchill, o soslayarlo porque payaseara. Y cuando alguien lo intentó en su momento, supo repostarle Winston como Cyrano, ridiculizando el intento mismo por su comparativa miseria de recursos.

Igual hay payasos que no conocen su poder, y otros que están conscientes de sí mismos, y de cuando pueden rebasar el efecto cómico para alcanzar otra esfera. Después de todos los chascos, se insuflan de lo sublime y alcanzan la genuina elocuencia de expresar la tragedia del instante. (Vagamente recuerdo, de mi tiempo de estudiante, un payaso clásico, pintarrajeado, con nariz de pelotita colorada -no puedo ya estar seguro si en Ámsterdam- que nos hizo reír dos horas con sus tretas consabidas, para después sentarse en una banca y ejecutar un concierto de Bach, en una guitarra de Segovia de seis cuerdas para diestros, con la perfecta maestría que te hace lagrimear.)  Por falta de letras y de formación Mel no alcanza esa condición, nos hace reír pero a lo más que llega -en arte- después es a imitador de Polache o de J. Raudales porque se conforma con cualquier auditorio.

Pero también tiene una dimensión seria, que lo hace adorable a la gente humilde y odioso a sus enemigos, porque con ese amor del pueblo es capaz de explicar a la población cosas como la estafa de las transnacionales, la prepotencia del extranjero, la opresión y los abusos de las elites, que otros esconden. Y nos obliga a apoyarlo. Porque el problema de fondo no es que mucha gente sencilla tema a la Llorona o Siguanaba, al Cadejo y el hombre sin cabeza (que debe ser el mas común de los espantos) o los espíritus chocarreros de los cachurecos empautados, el problema es que demasiados hondureños con incluso formación profesional crean que la Embajada de EUA sabe y quiere lo que es mejor para Honduras y este dispuesta a hacerle los mandados.

Mientras resulta francamente repugnante el solemne que se asusta de reír, el ingrato que deprecia las cosquillas. Los serios somos poco atractivos para la masa. Y ningún pueblo hondureño votará nunca para presidenta a sus acerbas críticas doctorales, porque no se puede confiar en tanta amargura. Aunque no se den cuenta de su propia contradicción risible y de que recorren la pasarela vestidas con trajes invisibles, de ampulosidad Suyapa, Ligia y Gabriela, a las que propongo que en adelante sin intención de ofender a los colegas, a estas les llamemos las científicas la gente, si que se percata que pugnan por reivindicar un papel de veedoras de la elección de la corte, luego de ser las detractoras de la ley que lo permitirá, porque Mel la impulsó sin vacilar. ¡Hazlo otra vez, líder!

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