Los jóvenes hondureños son condenados y criminalizados, no hay cabida para la reformación social y psicológica, antes que invertir en proyectos educativos para rescatarles, el Gobierno de Honduras prioriza una cárcel de “máxima seguridad” que reactivó obras recientemente.
Redacción Central / EL LIBERTADOR
Tegucigalpa. Los jóvenes hondureños están a merced del crimen, no hace falta mucho para que la generación de relevo caiga en manos de antisociales y sean enviados a delinquir, prometiendo estabilidad que no encontrarán en un sistema educativo precario de una Honduras con visión policiaco-militar de desarrollo.
La política de fuego contra fuego del régimen sólo ha generado más violencia, no existe un enfoque de prevención que trabaje en el subconsciente de la juventud para que buque alternativas a una vida en el crimen; no obstante, poco se ha logrado en materia educativa y el enfoque psicosocial no existe.
El Estado no ha podido la reformación de miles de jóvenes hondureños, sumado al también precario Sistema Penitenciario, la crisis de la sociedad es profunda y requiere medidas excepcionales. Para el régimen de Juan Hernández, la solución está en la criminalización.
Y es que en las últimas horas ha trascendido que se ha insistido en terminar una cárcel de “máxima seguridad” para encerrar a los menores infractores, Este centro penitenciario ha sido bautizado como “El Pocito”, por su vinculación a “El Pozo”, la primera cárcel de este tipo que se construyó en Ilama, Santa Bárbara.
La única diferencia será el sistema operativo en administración y que los jóvenes tendrán que someterse a una formación pedagógica estando presos; las paredes, barrotes, puertas mecanizadas y las estrictas medidas de confinamiento se mantienen igual.
La prisión empezó obras en 2017, en un terreno de 11 manzanas ubicado en el municipio de Cedros, departamento de Francisco Morazán, ubicado a unos 70 kilómetros de Tegucigalpa. El costo total es de 270 millones de lempiras en una primera etapa diseñada a tres fases, de acuerdo con el arquitecto Ramón Padilla, la cárcel es más un “centro pedagógico desarrollado para máxima seguridad”.
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