“Esos son los detractores de Morazán opuestos a sus ideales como el régimen social de libertades, contrarios a la opresión física y espiritual; a la libertad de conciencia, la libertad económica, la libertad de enseñanza, el libre sufragio, la igualdad racial, el rechazo a la tiranía y el progreso individual que conduzca al progreso social”, dice el pensador hondureño, Gustavo Zelaya, hoy 3 de octubre cuando conmemoramos el nacimiento del paladín centroamericano, Francisco Morazán.
*Gustavo Zelaya
EL LIBERTADOR
En nuestra Honduras el 15 de septiembre sirve para celebrar con desfiles de corte militar un proceso de independencia obtenido en gabinete de abogados, con el apoyo de comerciantes y hacendados afines a la monarquía española. La fiesta local toma tintes tragicómicos cuando la reverencia a la autoridad nacional se viste de poses aristocráticas, casi feudales, y la envoltura del evento son las morbosas exhibiciones para deleite del gobernante en turno.
Así ha sido durante mucho tiempo. Y en el estrado de “honor” tienen sitio seguro los actuales opositores a la verdadera independencia, los enemigos de las ideas sobre la soberanía y la necesidad del Estado laico. Ninguno de ellos recuerda que un 15 de septiembre se asesinó a Francisco Morazán, pero tienen la capacidad de organizar el asalto a los bolsillos populares con la “semana morazánica” para disfrute de empresarios privados.
Es sabido que la independencia de Centroamérica no estuvo encerrada en choques armados, tampoco tuvo impactos dramáticos en la identidad nacional. Es posible que su efecto principal se note en el fracaso de la unión de las viejas provincias de la Capitanía General de Guatemala, en el regionalismo, en el auge de las oligarquías locales y del caudillismo.
Los representantes de los grupos económicos involucrados en ese proceso se interesaron por sustituir en el poder a los colonialistas; ninguno se interesó en transformar a profundidad el sistema económico para generar estabilidad y hacer política seria; hacer posible la convivencia, la solidaridad, el respeto, la calidez. Es decir, construir fundamentos para superar la pobreza y el atraso cultural de los menos favorecidos no se convirtió en programa político de liberales y conservadores identificados con aquel movimiento.
La independencia de España no fue más que un trámite para conservar el poder político y económico de grupos afines a la corona, todo resuelto con la firma del acta de independencia para impedir la participación popular. El trasfondo ideológico de ese procedimiento se llamó pensamiento ilustrado.
Los independentistas pretendían reformar individuos como momento del progreso social y alcanzar la felicidad general. Tal finalidad se obtendría difundiendo las ciencias y los logros de la razón para dominar la naturaleza y fundar el Estado moderno. Esas serían las condiciones para que los seres humanos participaran de los bienes culturales.
Después de la declaración de la independencia esa fe en la razón se expresaría en Francisco Morazán cuando el 16 de abril de 1823 sostuvo que sin educación «no habrá igualdad ni en las personas ni en los intereses ni en los bienes; y estamos expuestos a que caiga sobre nosotros un yugo que no lo podamos sacudir jamás”. Estando en el poder el 9 de junio de 1830 se decretó la “Ley sobre la protección de los establecimientos de enseñanza pública”.
Insistió en la importancia de la educación proponiendo que desde la República se debe proteger “los establecimientos de enseñanza pública… hasta ponerlo en un estado capaz de producir los hombres ilustrados que deben dictar leyes al pueblo centroamericano, dirigir los destinos de la patria, dirigir las diferencias domésticas de sus hijos y comandar sus tropas, destinadas a defender la independencia, la integridad de la nación y las libertades públicas”. Ni una sola de esas virtudes cívicas han estado presentes en los que han dirigido el Estado hondureño, más bien se han esforzado en obstaculizar la escuela pública como lugar de formación democrática y pensamiento autónomo.
Una de las ideas básicas en Morazán fue la necesidad de implantar un sistema federal. Bajo la cubierta de la federación se intentó democratizar la política, reformar la educación, proteger los derechos individuales, extinguir la esclavitud, garantizar el sufragio, separar la iglesia del Estado, implantar la libertad de imprenta, eliminar los títulos nobiliarios y los privilegios, colonizar las tierras incultas, preparar el inicio del canal interoceánico en Nicaragua y fortalecer el poder municipal.
El sistema federal requería de un poder central, sólidas finanzas públicas y eficacia burocrática. Estos componentes fueron boicoteados por la inestabilidad política, el clientelismo que desde entonces sentó sus raíces, precarias finanzas estatales, el regionalismo, la desconfianza hacia el poder central, constantes intrigas de agentes diplomáticos británicos y, en parte, por el hecho de que la independencia fuera resultado de maniobras políticas fraguadas en gabinetes. Todo ello contribuyó a que no se organizara el ejército federal del nuevo Estado y que se desatara la guerra civil de 1826.
La oposición principal se construyó desde sectores pobres y en la aristocracia. A esto ayudaron factores como la creación de cementerios fuera de los poblados que generó levantamientos indígenas; decretar el matrimonio civil y el divorcio que obligaba al pago de más impuestos; el monopolio federal sobre el tabaco; la abolición del diezmo, la libertad de cultos, la educación laica que eliminaban algunos privilegios; la crisis económica y los conflictos entre fracciones, que, entre otras razones, profundizaron el debacle de la federación. Una de las consignas centrales de los enemigos de Morazán puede verse en esta exigencia de Rafael Carrera: “Que se quiten las alcabalas, las garitas y las contribuciones sobre tierras y ganado y sólo quede una corta y que ésta no recaiga sobre los pobres”.
La guerra civil duró hasta 1829 y, en parte, provocó mayor contrabando, más progreso en las economías locales, mayor control de parte de los grupos conservadores sobre los municipios y los ejércitos de los Estados y con ello defendieron sus intereses en oposición al poder federal.
La reacción no sólo tendría su origen en el levantamiento campesino encabezado por Carrera o en la ausencia de una sólida fuerza política, sobre todo, en la incapacidad de crear una base económica nacional, en el insuficiente desarrollo comercial y en la debilidad del poder federal. A pesar del triunfo conservador, los levantamientos campesinos continuaron hasta 1848 con el relativo alejamiento de Rafael Carrera del poder político. La crisis persistiría por treinta años más sin provocar cambios importantes en la tenencia de la tierra lo que garantizaba la estabilidad el sistema establecido.
Es probable que en esa época pueda encontrarse la raíz de la tradición política en nuestra Honduras: conservadora, ciega a los cambios que mejoren la vida de los menos favorecidos; interesada en la entrega de los recursos naturales, en la competividad centrada en el mercado que anula cualquier pretensión humanista como planteaban personajes como Francisco Morazán.
Más bien, en las condiciones actuales, cuando atentar contra los derechos de las personas es práctica común, cuando la impunidad, la corrupción, la venta de regiones del país, vuelve más complicado la formación de cultura y conciencia nacional, nacional, esta situación de inseguridad y muerte complica hablar y edificar convivencia, inclusión social y vida humanizada. Es desde la condición efectiva de nuestra realidad, en crisis, violenta, irrespetuosa de las diferencias, es desde el poder que se ha hecho escarnio de la figura de Morazán al querer mantenerlo con porte militar en estatuas, hacer de su asesinato una fiesta de mal gusto y de su fecha de nacimiento un momento ampliado de represión.
Esos son los detractores de Morazán opuestos a sus ideales como el régimen social de libertades, contrarios a la opresión física y espiritual; a la libertad de conciencia, la libertad económica, la libertad de enseñanza, el libre sufragio, la igualdad racial, el rechazo a la tiranía y el progreso individual que conduzca al progreso social. En el núcleo del pensamiento morazánico estaba la ética como requisito del progreso social, no como retórica, sino como necesidad histórica y así desenmascarar la ruina moral de la tradición política conservadora.
3 de octubre de 2016.
*Pensador hondureño.
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