El poder no es corrupto –se ha escrito desde la antigüedad– pero despierta como alergias las peores bajezas humanas, lo que alguien siempre fue, pero carecía del tibio ambiente para degenerarse, así pasa en Honduras y, muchacho, aquí te voy a explicar en metáfora que la vida en las alturas del poder público o privado, que al final son lo mismo, es como un elevador. La torre obscura de corrupción es el sistema. Los que están en la cúspide se parecen a los de niveles bajos: los opulentos y los miserables son invisibles.
Hacia pisos abajo, el ambiente se vuelve más “heavy”, desde arriba se ven funcionarios “altos”, gente estrella de la prensa, generales, directores de entes y otros y, entre éstos, los que no conocieron el orgullo y los apena el origen sencillo de sus padres; un detalle pequeñines, esos son los acusados y encarcelados, soberbios como Gladys o Marquitos –sí, esa que puso sus asquerosas nalgas en la comida de los pobres– que lloran para evitar juicios o los evaden como prófugos ¿Verdad Ebal y David?
Más cerca del suelo –pero no tanto– los administradores, tocan el dinero de millones, salieron del barrio y nunca vieron tanto en la infancia de poca ración de comida, si pecan, están perdidos, los persiguen agresivos y el castigo es pesado; no muy lejos están los súbditos, los obreros que a las 3:30 se van de la torre, ellos ya pueden ir por su café venti a “Starbucks” atrevidos intelectuales de la Biblia y Coelho, recelan de aquellos siete millones que nunca irán a la torre a disputarles las cómodas migajas.
Reflexión
EL LIBERTADOR
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Tegucigalpa. Es el día de los enamorados en una zona exclusiva de este ciudad, de en medio de las palmeras aparece un hombre cruzado por cadenas hasta la puerta de su quinta; aún siente las suaves sábanas blancas de seda y los aires de poderoso de la noche anterior… –¿Muchacho, contame, sabes cuál es tu eslabón en la cadena de la corrupción? –preguntó un hombre que sabía de qué hablaba– viajes por el mundo, cargos, millones en efectivo, tarjetas cargadas de dólares, autoridad, arrogancia, mujeres sensuales y caras, presupuesto y todos los vicios humanos en las diversas atmósferas del poder público y privado. –Y continuó– Esos lugares son cómodos, inevitable sensación de drogas afectivas, que en un país de miserables como Honduras, se transforma en la piedra filosofal: los políticos desean dinero e influencia; los poderosos los favorecen para controlar todo.
¿Y los pobres?, bueno, los empobrecidos solo anhelan comida, (denles pastel, decía María Antonieta, la reina de Austria y Francia, no la cachureca), por eso hay tanto escándalo cuando los peces caen como lluvia en Yoro o que el maná caiga en el desierto o que se multipliquen los panes. Este hombre decía eso sin temblarle la voz, ni bajar la mirada, varios procesos judiciales de los que salió libre y no por inocente, lo han convertido en gurú de la corrupción, un sabio en la necedad del camino del que no tiene virtud, que al final sabe que siempre tiene encima la amenazante “espada de Damocles”. Y continuó: –Muchacho, te voy a explicar en metáfora, que la vida en las alturas es como un elevador.
Todo tipo de ascensores hay, pero siempre buscamos el bonito, el grande, donde quepa mejor el botín, elegante e iluminado. Aquí es donde apoderamos, subimos y bajamos según momentos o tiempos, algunos van con uno desde el primer piso y llegan al “Sky” de la torre. Desde el sótano se arranca en la feria, aquí sos lo que te ordenan ser, no lo que vos deseas, ya hiciste la fila de los miles y cuando ya tenés el cupo no podes desperdiciarlo, pegá afiches, pasamanos, grupo de choque, aquí el tufo de los pobres se siente bien cerca, pues el pobre es uno, los dolores y alegrías se viven, el pensamiento es de colmena, el mismo equipo de fútbol, religión, alcoholismo y diversión de barrio.
Si te has portado bien, has llegado a los primeros pisos, ya por fin uno es oficialmente parte de algo, un empleadito público, por ejemplo esos que se apilan en el elevador a las 3:30 de la tarde con la loncherita del almuerzo en la mano y cara de que son absorbidos por un monstruo horrible (pero con acuerdo en mano), la vida es menos dura y se vive bien con las conquistas laborales, en este lugar ya uno es conductor de alguien “importante” o secretaria del poderoso, incluso, hacía los pisos de abajo son vistos con cierto desdén y desaprobación, aunque no huelen a perfume, ya usan “Splash” de melocotón comprando en alguna revista de Avon o “esencias” de la vieja loción sacada en tres pagos con la doña que llega todos los meses a enseñar la nueva mercadería que le mandan del extranjero.
Los niveles intermedios son realmente interesantes ¿Han visto que en actos de corrupción siempre caen primero los administradores, contadores y proyectistas? –Continuamos la plática, con el señor–. Bueno, ya aquí no son simples obreritos, hablamos de un sistema bien ordenado de súbditos, ganan mucho mejor y toman Coca con pajilla ejecutiva y comen manzanas verdes, no son pendejos y crean buenos mecanismos de corrupción (si se equivocan ellos serán los presos), muy ambiciosos y laboriosos, leen la biblia, van a misa o al culto los domingos y leen a Coelho. La academia puesta al servicio del crimen como el compañerito de esas salas de redacción en un medio de comunicación tradicional que sin siquiera recibir la petición, él pone sus deditos y caritas desgraciadas a mentir, frente al teclado, cámara, micrófono o celular. Poca formación, poca lucidez, pero mucha codicia, muchos deseos, infinitas ansias de “pisto”, como dicen los incultos y vulgares.
Llegamos a los pisos que importan, entre los principales, los más bajos. –Vení, te voy a contar una anécdota. Estaba el presidente del país, era un colorado, en uno de sus arranques esquizofrénicos, tiró el teléfono de mesa en el pecho de un funcionario –¿Qué pensás que pasó? Y por favor, no usés la dignidad para responder. –No sé, entonces. –El secretario de Estado y hombre de confianza, cayó en una crisis de risitas (nerviosismo) a buscar las partes del aparato recientemente estrellado en su pecho, se agachó buscando las baterías debajo del mueble (donde yo estaba sentado) y una vez cumplida la misión lo volvió a dejar en el escritorio de su agresor, el hombrón del partido y presidente.- Cada vez que se sube un nivel, algo se pierde, orgullo, dignidad, libertad, si acaso se creyó tener, si no, no hay lío, el irrespeto es ternura; eso sí, se gana dinero, posición y control sobre los que vienen abajo. Mefistófeles (Goethe) estaría feliz. Y el mal sonrió…
Aquí tenemos funcionarios, generales, directores de medios de comunicación, muchos de estos ya menearon los pompones por décadas ante el poder, como hienas viejas han quebrado sus colmillos por los “señores”, confianza que pasó por el invierno y verano, en parodia diríamos “así se templó el acero”, ya los salarios son muy dignos, el empleadito se cree importante, y lo es cuando está ante otros, hasta donde le permite el señor que reparte las chambas o el superior, ahora ese hombre o mujer cuenta con asistentes y presupuestos a su disposición, hasta parece que tuvieran voz propia y no garganta prestada. ¡Aaaah! La vanidad, justa la que le vemos a un Salvador, gritan y ordenan, humillan y aplastan, como respuesta reflejo de lo que han sufrido, siempre están “ocupados” y ya no tienen amigos, la amistad solo nace de las almas grandes, en los espíritus afines, y aquí el alma fue hartada por el deseo, espíritus con cadenas, pero con boletos de vuelo en mano, hoteles lujosos y viviendo sus sueños en nombre del desarrollo del país.
Finalmente llegamos al cielo, aquí no huele a pobre, por eso el cielo está arriba, este no es el eslabón, son los candados del poder, los que nunca irán a prisión, primero se rompe la cadena, no necesitan, se parecen a los del sótano en que también son invisibles, nada de dramas, ni escándalos, dominan los hilos en el laberinto del “Fauno”, pocos acceden a ellas y ellos y son todo, el principio y el final del universo, donde ellos ponen las patas los demás no ponen ni la cara, quitan presidentes y aprueban las leyes que debemos cumplir todos, menos ellos. Igual que en el sótano, aquí no hay equipo de fútbol ni religión, porque todo les pertenece, el territorio y su gente, solo se inclinan (todos siempre se agachan a alguien o algo), a los señores gélidos del Norte, que como todo sheriff de pueblo bandolero representan la justicia y, si quieren, pueden quedarse con todo.
–Así, mi muchacho –dice el señor, mientras enciende un puro y se sirve el tercer trago donde el hielo se ahoga en Blue Label–, que te vuelvo a preguntar: ¿Sabés cuál es tu lugar en el eslabón de la corrupción?
El funcionario que cree en la torre de los espejos y en la ilusión del Poder es como aquel “Maquetas” que nos recreó Miguel de Unamuno, pero qué tan difícil entenderlo para el enemigo del pueblo, el soberbio y el corrupto, que son lo mismo, están llenos de ellos mismos, nada pueden aprender, “Y aquel Maquetas creía que eso era la vida y echó a andar por su camino… Y una vez encontró a un anciano mendigo que estaba sentado sobre un tronco de árbol, y le dijo: Maquetas, ¿qué sentido tienen las cosas?”. Y aquel Maquetas le respondió, encogiéndose de hombros: “¿Y a mí qué me importa?”. Y el anciano volvió a decirle: “Maquetas, ¿qué quiere decir este camino?”. Y aquel Maquetas le respondió ya algo enojado: “¿Y para qué me preguntas a mí lo que quiere decir el camino? ¿Lo sé yo acaso? ¿Lo sabe alguien? ¿O es que el camino quiere decir algo? ¡Déjame en paz, y quédate con Dios!”. Y el anciano mendigo frunció las cejas y sonrió tristemente mirando al suelo”.
“Y aquel Maquetas llegó luego a una región muy escabrosa y tuvo que atravesar una fiera serranía, por un sendero escarpado y cortado a pico sobre una sima en cuyo fondo cantaban las aguas de un torrente invisible. Y allí divisó a los lejos el castillo adonde había de llegar antes de que se pusiese el sol. Pero una muchacha, linda como un fantasma, le obligó a que se detuviera a descansar un rato sobre el césped, apoyando en su regazo la cabeza, y aquel Maquetas se detuvo. Y al despedirse le dio la muchacha un beso, el beso de la muerte, y al poco de ponerse el sol… aquel Maquetas se vio cercado por el frío y la oscuridad, y la oscuridad y el frío fueron espesándose y se fundieron en uno. Y se hizo un silencio de que sólo se libertaba el canto aquel de las aguas eternas del abismo, porque allí, en la vida, los sonidos, las voces, los cantos, los rumores surgían de un vago rumoreo, de una bruma sonora; pero aquel canto manaba del profundo silencio, del silencio de la oscuridad y el frío, del silencio de la muerte”.
Y era un día de enamorados en Tegucigalpa, y de en medio de las palmeras o desde un elevador aparece un “todopoderoso” hombre encadenado… Avanti.
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