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HONDURAS / EDITORIAL Y PORTADA, EL LIBERTADOR: LA MISIÓN Y EL NOMBRE

HONDURAS / EDITORIAL Y PORTADA, EL LIBERTADOR: LA MISIÓN Y EL NOMBRE

Nuestro laureado escritor y pensador, Julio Escoto, con su fina mirada define bien que EL LIBERTADOR –más allá de un medio de comunicación ya histórico— es el parto de un modelo de comunicación inédito en las Ciencias de la Comunicación, un gran emisor con función social probada, desde el pueblo, un novedoso universo donde concurren ideas de Patria que superan el disfraz de los tradicionales medios de propaganda que retrasan la libertad de países.

 

 

EDITORIAL

 

EL LIBERTADOR:

La misión y el nombre

 

Debió ser –hace dieciocho años— una tarea compleja pero sin complicación. Poner un título digno al periódico que se funda es siempre un ejercicio grato, incluso divertido –como se nomina a un niño— hasta que comienzan a descender del horizonte las amenazas y las tentaciones del poder, los elogios que vician a la vanidad y los sobornos que la niegan, y entonces el nombre del ente empieza a cobrar, sin piedad, su respeto y honor.

 

Así empieza este homenaje en el 18 aniversario del “Primer Auditor Social de Honduras”, el recio escritor y analista hondureño, Julio Escoto, que, con su fina mirada, advierte bien que por encima de un medio de comunicación ya histórico, EL LIBERTADOR surge de un modelo de comunicación inédito en las Ciencias de la Comunicación, un gran emisor con función social probada, desde el pueblo, un novedoso universo donde concurren ideas de Patria que superan el disfraz de los tradicionales medios de comunicación creados para diseminar la propaganda de una pequeña élite, muy inculta y malintencionada, que frena el desarrollo de Honduras.

 

Y sigue nuestro amado pensador. De allí que haber bautizado “EL LIBERTADOR” al nuevo órgano de comunicación era un compromiso que iba más allá de las palabras. Como lo demandan sus estrictos ejemplos históricos –los latinoamericanos Bolívar, Madero y Morazán, por no citar otros de más lejos— el título obligaba al más severo pundonor y la más ambiciosa dignidad, a la práctica perpetua de la verdad y al objetivo más humanista de todos: salvar a los pueblos, incluso contra las propias resistencias que ellos generan cuando caen en alienación.

 

EL LIBERTADOR debía liberar y para ello debía antes escoger el sitio de batalla, que en este caso era la mente de la sociedad. Allí había de escenificar los combates más nobles contra la ignorancia y la desinformación, segar con la espada de su intelecto los hongos pútridos del prejuicio y la superstición que emponzoñan el cerebro –y por ende el criterio— de algunos hombres y mujeres, cerrándoles la posibilidad de concebir una mejor visión de mundo, honesta y solidaria.

 

Peor incluso, en aquel momento de creación pocos de sus fundadores habrán percibido que la contienda sería densa y prolongada, tanto como la existencia de la República –su gran fin— lo exigiera. A lo largo de décadas tendría que faenar sobre cientos de molinos de viento, que es decir de potencias, intereses y poderes vesánicos, malvados. Contra las serpientes más coloridas, fugaces y mortales, que son las de la coima y el cohecho, y contra los tigres de la corrupción. Más grave quizás, contra el ácido que destruye como ninguno otro la fe, el ánimo y el entusiasmo, y que es la envidia humana.

 

No basta, pues, poner un título así ––EL LIBERTADOR–– sino que hay que ganarlo, como valientemente, con todos los honores, han hecho Jhonny Lagos y su equipo de colaboradores. Así como defenderlo con la verdad persistente y la persistencia de la honestidad. EL LIBERTADOR, este el nuestro moderno, arriba ahora a casi dos décadas de cumplimiento dejándonos saber a aquellos a quienes el amor por Honduras nos talla la frente, que hay esperanza porque aún hay resistencia y que esta Nación querida se aproxima a su momento culmen de liberación gracias a aquellos que, como este medio valioso, no cejan ni abandonan ni traicionan su misión.

Felicidades.

 

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