Los ojos enrojecidos, cansados y muy pesados, casi no se distingue el tipo de mirada que tiene el ícono fallido de la estrella solitaria, vio a tantos líderes arrebatarle la oportunidad por la ausencia de materia gris, quedó secundando leyes lesivas nada más para no ser olvidado; desde el estrado Dracón lo ve indiferente y Oswaldito sonríe nervioso y taimado.
En el ocaso, con las horas contadas, relata a la audiencia que su padre fue compañero de un escritor en la “Prisión Verde”, la diferencia es abismal, en otro bicentenario hablarán todavía de Ramón Amaya Amador, nadie sabrá quién fue Oswaldo Ramos Soto, tal vez sólo por mención deshonrosa por su ADN maldito, traidor y responsable de apagar la luz en la Alma Mater.
Oswaldito está cansado, lleva 20 años en el Congreso y va por más, en el fondo ya no quiere, la espalda le duele y los tobillos se le hinchan, pero le urge inmunidad que da el Legislativo. Un Hernández –del clan occidente– le respira en la nunca.
Ramos Soto, se levanta a medianoche atormentado y sudando, soñó con Eduardo Becerra y con Briceño, los estudiantes ejecutados, ¡vienen los comunistas! – Grita con pánico, otra vez, pero sólo es campaña contra la alianza, pero si en verdad fuese cierto un gobierno popular, sin duda, estaría en el primer grupo de los que van al paredón por su eterna maldad contra los débiles del pueblo hondureño.
Reflexión
EL LIBERTADOR
Tegucigalpa. Sobre elevadas torres levantadas sobre los ideales y principios de los hombres honestos, sitiales celestiales inalcanzables para los ordinarios en vida, se erige este tribunal de justicia y virtud, donde los majaderos pueden leer los mandamientos quebrados en una piedra enorme y el único con facultad para juzgar es un Dracón, una ley severa, pero es la ley. En una esquina compungido en dolor y consumido por el miedo, simulando un mamífero placentario encontramos al tembloroso Oswaldo Ramos Soto. Cuando la justicia no es floja, ni amiga y se aplica a cada quién según el castigo que merece, es justicia.
En tierra invadida por el extranjero brotó este ser, como banano de rechazo y bajo la doctrina dominante del invasor, yugo que cargaría el resto de su vida y lo trasladaría a cada una de sus acciones en la cosa pública, educado en las academias de la Standard Fruit Company en los años 40, posteriormente, a sus 18 años emplumaría en Tegucigalpa bajo resguardo del primo de su madre, el abogado José Santiago Ramírez Soto “Cheche”, quien era presidente del Distrito Central, o sea, el acalde. Desde entonces un adolescente Oswaldo conocería la bacteria del tráfico de influencias, de la recomendación política y jamás, pero jamás trabajaría en su vida. Un eterno mantenido de las finanzas públicas, una carga mala para la sociedad, un duro piojo sanguíneo por decreto, como muchos otros casos de esta manga de vividores que carga Hibueras.
Quizá internamente renegó la vida de su padre José Agustín Ramos Montoya que, al no poder seguir pagando sus estudios, regresaría a La Ceiba para laburar en los campos de concentración del banano, en el distrito de Coyoles, allí como irrigador de veneno fue compañero de Ramón Amaya Amador, ambos fueron testigo de primera mano del desprecio aún vivito, de las condiciones esclavas del enclave con el nacional. ¡Qué ironía! A veces el enemigo lo llevamos en el ADN, sin advertirlo. A lo mejor para el pequeño Oswaldito, ver a su padre trabajando honesta y dignamente no significada mayor admiración, incluso negó la afiliación liberal de su progenitor para adoptar la inclinación nacionalista de mamá. Sin duda, el psicoanalista Freud, le hace un guiño desde la otra vida. ¿Qué pasa en el Hotel Minister?
Y el tribunal draconiano continúa escuchando los argumentos del imputado. – A sus 23 años hace el Big Bang, inicia su carrera como secretario en Casa Presidencial durante el mandato del presidente Ramón Ernesto Cruz quien había vencido al banquero Jorge Bueso Arias, aunque sólo por 18 meses, pues Oswaldo López Arellano daría un golpe de Estado y es donde nuestro pequeño Oswaldito confirmaría su visión retorcida de democracia e indigestión mental de los valores. Entonces, se incrustó en la Universidad Nacional Autónoma, como un virus aspirando y conspirando para alcanzar la rectoría y lo lograría.
Desde el podio con desprecio Dracón lo sigue escuchando. – Por sus excelentes calificaciones en la UNAH como destructor de la juventud y la vida, en 1983 fue elegido secretario de la Asociación para el Progreso de Honduras (APROH), instituto de la extrema derecha o más bien incultos enfermos que ocultaron en ideologías sus problemas mentales, quien lideraba la institución fue Álvarez Martínez, conocido por la desaparición forzada de personas, y también nuestro siempre ilustre y actor imperdible de la suciedad del país, Miguel Facussé, junto a otros individuos. Ramos Soto, estaba pulido, probado en la podredumbre y miseria espiritual, con semejantes credenciales ya podía ser presidente de Honduras. Así se forman presidentes en la brutalidad, en las colonias del saber salvaje.
Las estructuras de pensamiento básico buscan simplemente ser hombres exitosos y hay miles de caminos para serlo, pero siempre serán meras sombras de los hombres y mujeres grandiosos. Ramos Soto, en el “éxito” de su vida “hizo lo que tenía que hacer” para nunca tener un trabajo digno como su padre, mucho esfuerzo y poco pisto; encaminado a la cumbre de su vida política sería presidente, pero el sueño se lo arrebató Rafael Leonardo Callejas, un porte juvenil, propuesta fresca y lejos de las telarañas mentales de Soto, quien tuvo que ceder para que su Líder sea el gobernante. Lo volvería intentar y con más lástima que la vez anterior, perdería. Ya incapaz de leer una sociedad harta de los militares y los asesinos, insistía en mantener una alocución anticomunismo, donde se quedará atrapado para siempre. Perdió y nunca fue rector del país.
En este ocaso y desde este tribunal pueden pasar las últimas imágenes de esa despreciable vida donde las cuentas negras de un rosario no ajustan para contar las almas de los desaparecidos que lo persiguen y reclaman justicia para el victimario. Desde siempre se le ve recostado sobre el flojo pecho de David Chávez, alguien sin ningún peso dentro de la estrella solitaria, un hijo del orlandismo nada más, y con la muerte del líder, estas crías desaparecerán también. Desde una empresa de lentes, una señora mayor observa a Ramos Soto y grita indignada ¡Ladrón! ¡Corrupto! Oswaldito agarra fuerte la mano de su hija, quien lo acompaña, intenta identificar a la hondureña que lo rechaza y lo encara, pregunta por la dirección y la llama chusma –como hizo en sus años en la UNAH–, pero los ojos ya están gastados y las carnes cuelgan. – “Los lentes que este viejo te va a comprar muchacha, es con mi dinero, este vago corrupto nunca trabajó”. Cuanto le gustaría a Soto volver a sus tiempos, decirle que le mandaría un escuadrón, callar a la gente en la desaparición, chillar que 9.7 millones de hondureños somos comunistas.
El tribunal dará su sentencia, un ojo por ojo y diente por dientes es lo justo para un ser tan vil, una existencia tan inútil, simple bazofia humana, que no aprendió nada sobre la vida y la muerte, que urdió para ser un miserable, que su germen se reproduce en los nuevos tontuelos aspirantes a políticos con cerebros estreñidos y el castigo será presenciar el final de su era, hasta lo han callado sus amigos en el Congreso, o no le dan la palabra cuando no lo necesitan, porque habla mucha paja; ahora el terror persigue al cobarde cuerpo hasta los últimos días, sentirá que el comunismo llegó al poder y van por él y quizá, sea cierto. Oswaldo, el fin ya llegó. ¿Recordas indigno, ni olvido ni perdón? Cuando los enemigos de los pueblos no son castigados, ni los muertos están seguros en una sociedad.
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