“¿Para qué le voy a dar empleo? Si usted es más lo que va estar de “baja” que laborando”, esa fue la respuesta que tuvo don Agustín, cuando fue a pedir empleo, siendo un hombre de 60 años que aún no piensa en jubilarse, perdió su empresa por la crisis de la pandemia en 2020 –la cual fundó junto a otros cinco amigos– y ahora, se le ve con porte elegante como conductor de Uber.
Redacción Central / EL LIBERTADOR*
Sevilla, España. Un tesla negro tipo sedán se avecina, aparece la figura de un hombre que perfectamente podría estar detrás de un escritorio como un alto ejecutivo de una corporación o el porte de un contador que saca verdades a los números; camisa blanca nítida, corbata azul con puntos blancos, pantalón formal perfectamente planchado, zapatillas, peinado de lado, decorado por el blanco que deja el pasar de los años y ojos azules detrás de sus lentes.
–Buenas tardes jóvenes. –dice, mientras diligentemente abre el maletero del coche para ayudarnos con el equipaje–. Sin duda era un “Martín Santomé” de la Tregua, pero de España. En Honduras podríamos llamarlo “buen catrín”, aquí en Sevilla “Bien pijo”.
Desde Avenida de Palmas Altas (Lagoh, Sevilla), hasta la calle Arjona, son aproximadamente 20 minutos de recorrido, sobre una ciudad que recibe en este momento una ola de calor que alcanza temperaturas entre los 34 hasta los 50 grados; durante ese trayecto, don Agustín nos contó un poco de su historia.
–¿Y en Honduras también necesitan más cárceles?, España hay demasiados picaros –dijo en un tono jovial, bastante relajado y amistoso–. Bueno, tampoco es que ustedes quieran estar escuchando mis reflexiones –mencionó– pero respondimos que por supuesto, deseábamos escucharlo.
Este hombre de 60 años, jamás se hubiera visto como conductor de Uber (aplicación de transporte), más bien fue diseñador de aplicaciones, además de tener cursos de contador y una amplia experiencia en el mundo tecnológico, “yo les decía a mis amigos, que los tiempos cambiarían, pero eso fue hace 20 años”.
Mientras se ajusta los lentes, sin perder de vista el volante consultamos, sobre cómo llegó a ser conductor, el respondió: “Pues mira que iniciamos una empresa de tecnología con cinco amigos, que trabajábamos todos juntos en otra empresa y uno decidió iniciar una nueva. Avanzábamos más forzadamente hacia adelante, que realmente hablar que progresábamos, hasta que llegó la pandemia y un año después tuvimos que cerrarla”.
Ahí se encontró don Agustín, lleno de conocimiento, pero para las empresas era demasiado “viejo” a sus 57 años, “yo no sirvo para vivir de subsidios” (en España, si una persona ha trabajado más de un año, puede solicitar una ayuda estatal de al menos 420 euros mensuales, pero si tiene 20 años de laborar, puede rondar los 1,500 euros), así que nuestro amigo, en lugar de buscar una ayuda gubernamental comenzó a buscar su otro empleo.
Don Agustín logró encontrar un trabajo, pero la jornada era de 12 horas diarias, “tomaba pastillas para poder dormir, las facturas llegaban y mi esposa me pidió el divorcio”; tuvo que renunciar antes que ese empleo le costara algo más.
En este escenario, cualquier hombre se encontraría en estado fatal, envuelto por fantasmas de nostalgia y con una visión pesimista de la vida, esperando solo el final; no fue el caso de este hijo de Andalucía.
Hace tres años labora en Uber, además que encontró el amor, una mujer con la que vive y aunque dice no tener “nada formal”, están “serios” con sus sentimientos.
–¿Se ve muchos más años aquí don Agustín? –¡Pues ya no puedo hacer nada más!, además me gusta mucho, tengo mi horario y soy feliz –respondió–.
El vehículo se ha estacionado, le pregunto si nos podemos tomar una fotografía, dice que sí, abre el maletero y se despide de nosotros, deseándonos un buen viaje de retorno. Como Mario al final de la Tregua, que, al cumplir sus 60 años, no estaba mal con la vida, solo algo más real, aprender a vivir.
Josué Sevilla, enviado especial EL LIBERTADOR
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