Ayer, Colombia celebró una histórica contienda electoral que, por primera vez en décadas no tuvo presencia del veterano Álvaro Uribe y uno de sus candidatos; el pueblo votó a favor del economista Gustavo Petro que, a falta de confirmación oficial, es el virtual nuevo presidente de ese país, sumando fuerza en América Latina con lo que promete ser otro Gobierno con fuerte visión social.
Cecilia González / RT
EL LIBERTADOR
«Esto es por nuestras abuelas y abuelos, las mujeres, los jóvenes, las personas LGTBIQ+, los indígenas, los campesinos, los trabajadores, las víctimas, mi pueblo negro, los que resistieron y los que ya no están… Por toda Colombia. ¡Hoy empezamos a escribir una nueva historia!», escribió Francia Márquez un rato después de que se confirmara el triunfo del Pacto Histórico que convertirá a Gustavo Petro en presidente y a ella, en vicepresidenta.
El mensaje resumió a los sectores de la población ignorados, vilipendiados durante décadas por una clase política colombiana que se regodeó en la corrupción y en el fortalecimiento de élites y que jamás solucionó los problemas reales, cotidianos de la ciudadanía. Los «nadie» de los que tanto hablaron Petro y Márquez durante la campaña.
Fueron ellos los que salieron a votar en masa, algunos en mulas, algunos en canoas, con la esperanza de que esta victoria marque el inicio del proceso de justicia social que sigue pendiente en toda América Latina.
Por eso las lágrimas, las sonrisas, los abrazos, los bailes colectivos a ritmo de cumbia, los fuegos artificiales, las guitarreadas, los desfiles de taxistas y motoqueros que la noche del domingo poblaron todas las ciudades de Colombia. En las calles, en los barrios, celebraban los resultados de un proceso que, más allá de lo que logre (o no) la gestión de Petro, ya es trascendental porque modifica por completo el mapa de la política del país sudamericano.
Parecía que la derecha gobernaría para siempre Colombia, el máximo aliado de EE.UU. en la región. El país que tuvo la guerra interna más larga del Continente. En donde la violencia persiste más allá de los acuerdos de paz con la guerrilla, con récord de líderes sociales asesinados, con el narcotráfico consolidado desde hace décadas como el negocio multimillonario e ilegal que ha permeado todas las capas de la sociedad.
Pero el poderío de «la casta» gobernante, como la bautizó Petro, comenzó a resquebrajarse en 2019, durante un primer estallido social que se registró a la par del que ocurría en Chile y que demostraba que el hartazgo social estaba llegando al límite. Las manifestaciones contra el presidente Iván Duque en particular, y contra el neoliberalismo en general, se repitieron en 2021. Nunca antes la movilización popular en Colombia había mostrado convocatorias tan masivas.
Cambios
La respuesta del Gobierno, como suele ocurrir, fue la represión a la protesta social. Las decenas de muertos, heridos y desaparecidos, la violencia étnica-racial, o basada en género y las agresiones a periodistas, fueron la norma. Lo denunciaron informes de organismos nacionales e internacionales. Ni así pudo Duque extinguir las movilizaciones. La resistencia estaba en marcha.
Por eso, por primera vez en la historia el bipartidismo conservadores-liberales quedó desplazado por completo de una contienda electoral que protagonizaron dos nuevas coaliciones: por la izquierda, el Pacto Histórico encabezado por Petro, el perseverante exalcalde de Bogotá que, al igual que el mexicano López Obrador, ganó en su tercera postulación presidencial; y por la derecha, la Liga de Gobernantes Anticorrupción creada por el millonario empresario Adolfo Hernández, por quien nadie apostaba nada cuando se registró como candidato.
El uribismo, la corriente del expresidente Álvaro Uribe que parecía omnipresente en la política colombiana, quedó desdibujado.
Antes del estallido social, también se veía lejana la posibilidad de que la izquierda se abroquelara como nunca antes y ganara la presidencia; que dos mujeres afrocolombianas aparecieran en las boletas como candidatas a la vicepresidencia; que el racismo, los feminismos y las diversidades sexuales fueran temas de campaña en uno de los países más conservadores del Continente.
Y sin embargo, todo ello ocurrió para sorpresa de las élites a las que de nada sirvió volver a utilizar la crisis venezolana para diseminar la campaña del miedo basada en que «Colombia se va a convertir en Venezuela», el latiguillo que ya han explotado sin éxito en elecciones en México, Argentina, Bolivia, Honduras, Perú y Chile.
De nada valió, tampoco, la feroz campaña mediática en contra de Petro y que tuvo una de sus máximas expresiones en la portada de la revista Semana que, en su edición previa a la segunda vuelta, preguntó si había que elegir a «un ingeniero» (Hernández) o a «un exguerrillero» (Petro).
Más del 50 % de la población eligió al segundo.
Panorama
El próximo 7 de agosto, Petro recibirá la banda presidencial en un momento en que las izquierdas y los progresismos acumulan victorias que han desembocado en procesos disímiles e, incluso, contradictorios.
En México, la popularidad de López Obrador sigue imbatible después de tres años y medio de Gobierno y hasta ahora todo anticipa que su partido volverá a ganar las presidenciales en 2024.
Lo opuesto ocurre en Perú, en donde Pedro Castillo camina por la cornisa desde que asumió la presidencia, hace menos de un año, debido a una combinación entre la constante presión opositora para destituirlo u obligarlo a que renuncie y los constantes escándalos de su gestión.
Más al sur, Gabriel Boric supera en Chile los tres meses de Gobierno en plena recuperación de la acelerada e inédita caída de apoyo que registraban las encuestas, y con miras al plebiscito del 4 de septiembre en el que la ciudadanía votará si aprueba o rechaza una nueva Constitución que es vital para el presidente.
En Bolivia, Luis Arce ya lleva año y medio como presidente sin mayores sobresaltos, luego de que el país recuperara la democracia y se consolidara la fuerza electoral del Movimiento al Socialismo (MAS). En Honduras, Xiomara Castro está por cumplir apenas cinco meses en la presidencia y todavía cuenta con un voto de confianza de gran parte de la población.
Uno de los panoramas más complicados se registra en Argentina, en donde hay una creciente pobreza y crisis económica aderezada por la fuerte pelea y disputa de poder de la coalición peronista que integran el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y que alimenta las expectativas de triunfo de la derecha en las elecciones generales del próximo año.
En octubre, a esta camada de jefes de Estado que prometen justicia social, promueven la integración latinoamericana y están en permanente confrontación discursiva con EE.UU. y poderes empresariales y mediáticos, se podría sumar, de nuevo, el expresidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, quien está inmerso en su sexta campaña presidencial con la esperanza de poner fin al Gobierno de Jair Bolsonaro. Por ahora, encabeza las encuestas pero nada puede darse por seguro hasta que se cuenten los votos.
Bien lo saben Petro y Márquez, a quienes en la recta final de la campaña varios sondeos les vaticinaban derrotas o empates técnicos. Pero ganaron. Anoche, en sus discursos de festejo, la vicepresidenta electa prometió reconciliación sin miedo. «No vamos a traicionar a ese electorado», completó Petro. Es lo que esperan «los nadies» a los que convirtieron en protagonistas del histórico giro político colombiano.
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