Por: Insight Crime
Un nuevo informe de USAID analiza las estrategias efectivas para reducir la violencia en comunidades de Estados Unidos, y cómo estas lecciones serían aplicables al turbulento Triángulo Norte de Centroamérica. Pero, ¿pueden ser efectivos los programas estadounidenses en la región más violenta del mundo?
El informe de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus iniciales en inglés) analiza la efectividad de los programas de reducción de la violencia, la mayoría de los cuales se ejecutaron en Estados Unidos, según se presentó hace poco en el Centro Internacional Woodrow Wilson para Académicos.
El informe se centra específicamente en los esfuerzos por contener la violencia “comunitaria”, que los investigadores definen como violencia entre personas o pequeños grupos con origen principalmente en disputas personales o delincuencia común.
Una conclusión central del informe es que la violencia y el delito por lo general se limitan a un pequeño número de personas y lugares en “momentos de alto riesgo”. Por ende, las intervenciones deben centrarse, recomienda el informe, en atacar a los individuos, lugares y comportamientos específicos responsables de gran parte de la violencia.
“Identificar y tratar esas concentraciones es lo que mejor funciona en la reducción de la violencia, según la evidencia que estudiamos”, dijo a InSight Crime Thomas Abt, investigador sénior asociado de la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard y autor principal del estudio. “Las estrategias demasiado generales para la ejecución y la prevención suelen ser ineficaces, ineficientes y, en el caso de la imposición de la ley con agresión indiscriminada, injustas”.
Específicamente, el informe identificó dos estrategias que se destacaron entre las demás por su impacto significativo en la violencia y el crimen: disuasión dirigida y terapia cognitivo-conductual (TCC). La disuasión dirigida implica identificar a las personas más propensas a recurrir a la violencia y comprometerlas en una comunicación continua con agentes de orden público, de servicios sociales y con líderes comunitarios. En nueve de diez intervenciones, se halló que dicha estrategia redujo los homicidios entre 34 y 63 por ciento aproximadamente, sostiene el informe.
La terapia cognitivo-conductual, entre tanto, emplea técnicas de psicología clínica para cambiar el razonamiento y la conducta lesivos de los delincuentes. El informe halló que las intervenciones de TCC más efectivas dieron lugar a una reducción de 52 por ciento en la reincidencia de infractores juveniles y adultos.
Los investigadores reforzaron su evaluación de los programas de intervención sobre la violencia en Estados Unidos con estudios de campo en los países del Triángulo Norte —El Salvador, Honduras y Guatemala—. Se reunieron con delegados de las fuerzas de orden público, gobierno local, organizaciones no gubernamentales y grupos religiosos para estimar la aplicabilidad de las intervenciones hechas en Estados Unidos en el contexto centroamericano.
Los investigadores calificaron la dedicación y el compromiso de las personas que trabajan para prevenir la violencia en el Triángulo Norte como “simple y llano heroísmo”.
Sin embargo, el informe destacó varias debilidades que comparten muchas de las intervenciones centroamericanas. No hacían un esfuerzo concertado por centrarse de manera consistente en las poblaciones más afectadas por la violencia, según el informe.
A estos programas también “les faltaba el rigor clínico y analítico” que exhibían sus contrapartes en Estados Unidos. El informe citaba una investigación reciente que halló que de 1.350 intervenciones de seguridad con ciudadanos latinoamericanos, más del 50 por ciento “no tenían componente evaluativo alguno”.
Análisis de InSight Crime
Este informe toca una pregunta permanente: ¿puede lo que es efectivo en un lugar funcionar en otro lugar, aun con gran diferencia en las condiciones políticas, geográficas, económicas y de seguridad?
Quizás el ejemplo más destacado en este debate en el campo de la seguridad en Latinoamérica sea el Plan Colombia, el colosal paquete de ayuda de Estados Unidos que ha entregado US$10 mil millones en ayuda al país andino en los últimos 15 años para combatir el narcotráfico y la insurgencia guerrillera.
Numerosos analistas han señalado el éxito perceptible del Plan Colombia como evidencia de que un paquete de ayuda similar funcionaría en el Triángulo Norte o incluso en lugares más distantes, como Afganistán. Otros, sin embargo, han señalado que esta estrategia de repetición continua simplifica excesivamente las diferencias entre la Colombia de comienzos de los años 2000 y el Triángulo Norte y el Afganistán de hoy.
En lo que respecta a la aplicación en el Triángulo Norte de las estrategias de reducción de la violencia en Estados Unidos, los retos son abrumadores. El Triángulo Norte es una de las regiones con mayores índices de homicidios del planeta, y luego de un año con picos en los asesinatos, El Salvador ahora tiene una tasa de homicidios que supera en 20 veces la de Estados Unidos. Más aún, como lo destaca el informe, los organismos de orden público del Triángulo Norte —principales motivadores de la violencia en la región— son mucho más fuertes, y la impunidad es generalizada.
Estas dinámicas indican que las estrategias de reducción de la violencia que funcionaron en Chicago no necesariamente funcionarán en San Pedro Sula o en San Salvador.
Sin embargo, hay casos en que los programas estadounidenses se han adaptado con éxito en el contexto centroamericano. Enrique Roig, director de seguridad ciudadana para Creative Associates International, dijo a InSight Crime que una alianza entre USAID y la oficina para la Reducción de Pandillas y Desarrollo Juvenil de la ciudad de Los Angeles condujo a los primeros programas piloto de prevención secundaria de su tipo en México, Honduras y El Salvador.
En Honduras, “El programa piloto inicial de prevención secundaria mostró reducciones bastante significativas en los factores de riesgo de los jóvenes que pasaron por el programa”, puntualizó Roig. “Ese programa se está ampliando ahora a una iniciativa mucho mayor como parte de una estrategia basada en el lugar de los gobiernos hondureño y estadounidense”.
En últimas, sin embargo, Roig señala que el éxito dependerá de lo bien que se incorpore cada programa a la estrategia de seguridad más amplia de cada país. Las intervenciones de prevención y reducción de la violencia tendrán que comenzar a trabajar en concertación, y no con fines contrarios, con otros componentes del aparato de seguridad, como las fuerzas de orden público.
“Una estrategia general coherente es lo que se necesita en Centroamérica”, una estrategia que se centre en los lugares, las personas y los comportamientos, con un interés común en la reducción de homicidios, afirmó Roig.
Nada de esto será fácil. La adaptación de programas y estrategias de reducción de la violencia para Estados Unidos que han resultado efectivos en el Triángulo Norte, a la vez que se los integra a la estrategia de seguridad ciudadana del país es una tarea compleja que no tiene garantía de éxito instantáneo. Tanto Roig como Abt señalaron las dificultades que acarrearía la implementación de una intervención de disuasión dirigida en particular, dada la debilidad de los organismos de orden público en el Triángulo Norte y su inclinación por las tácticas policivas de mano dura.
Pero estos desafíos no deben disuadir de la experimentación y la innovación; en una región donde se ha derramado tanta sangre como en el Triángulo Norte, la inacción no es opción.
“Ambos [la disuasión dirigida y la TCC] podrían funcionar, pero la única manera de saberlo con certeza es adaptándolas a las condiciones locales y ensayándolas”, concluyó Abt.
Deja un Comentario