El “nuevo sheriff” los liquidó y no por casualidad, viene después del ridículo monumental de la “misa negra” de Salazar y el juicio OEA, nombró a Asfura pero también a JOH –adiós voto indeciso–, dijo que Nasralla no es confiable para la libertad y le restregó en la cara que nunca sería presidente (¿no sabías? ¡Te mintieron!), ¿qué dijo de Rixi?, lo de siempre comunismo, Cuba, Venezuela… Vea entre líneas, la suerte está echada para Cesar…
¿Te acordás Salvita de nuestros muertos en 2017? Ellos te susurran; edad avanzada te nubló el criterio, los rubios te dijeron que no fuiste presidente por “Mel” ¡Uy señoooorrr! Tu presidencia la mandaron al baúl desde que Fulton contó votos, tu carrera electoral no es por Honduras, es ambición, estarías hoy aclamado secundando a Castro, pero bueno ¡ni modo! Ya nunca serás presidente por Trump
El mensaje de Trump no fue una opinión es una injerencia directa, claro que sí, un recordatorio brutal de cuán frágil es la soberanía cuando los poderosos sienten nostalgia, Nasralla, pasó casi cuatro años ensayando su papel de “elegido del Norte” y esta vez al peón lo trataron como banana de rechazo, tirado en el muelle de la degradación.
Reflexión
EL LIBERTADOR
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Tegucigalpa. Salvador Nasralla pasó cuatro años rindiendo pleitesía al imperio. Habló de transparencia con inglés improvisado, sonrió en los pasillos diplomáticos y vendió —como pudo— la idea de que él era el socio ideal para “los gringos”. Con paciencia casi religiosa esperaba la señal, la bendición, el guiño que confirmara lo que él siempre creyó: que Washington lo veía como el hombre limpio, el distinto, el que podía enderezar una república torcida, como “El Salvador de Honduras”, pero la política, como la tragedia romana, jamás premia la ingenuidad. Y así, a pocas horas de las elecciones, cayó el mensaje de Donald Trump: no para él, no para el “amigo” Nasralla, sino para Nasry Asfura, el candidato que guarda la pudrición del país, el hijo pródigo de los poderes tradicionales.


Fue un espadazo seco, frío, inesperado. ¿Un “Et tu, Salazar? pronunciado desde un podio extranjero. Porque si Nasralla era Julio César, entonces Brian Nichols, Rubio y la gusana Salazar fueron su Brutus colectivo: aquellos en quienes confió, aquellos a quienes citaba con orgullo, aquellos cuyas decisiones convertía en doctrina, aquellos que visitó mil veces sin protesta y con la diligencia de un botones bien entrenado.
Y cuando más esperaba el abrazo del aliado, recibió el filo de la indiferencia. La traición no es solo política: es simbólica.
Durante años, Nasralla repitió que Estados Unidos era el árbitro moral, la brújula indispensable para Honduras, pero la historia —desde Roma hasta Tegucigalpa— demuestra que el poder no tienen amigos, solo intereses. Y en esta escena final, cuando las elecciones respiran en la nuca del país, el “outsider eterno” fue sacrificado sin ceremonia, sin lamento, sin explicación. Entonces, él, salió sin razón a pedir perdón.


El mensaje de Trump certificó lo que muchos intuían: que Nasralla apostó su destino a un imperio que jamás apostó por él. Que sirvió como escudo, como voz funcional, como figura útil… hasta que dejó de serlo. Y así queda, en las últimas horas antes de la votación, un hombre que creyó que la lealtad se premia, mirando cómo su “Brutus diplomático” se retira sin mirarlo siquiera. Mientras en la plaza pública, el pueblo —ese público romano que jamás calla— observa la escena y murmura:
La historia se repite, César siempre cae, pero los Brutus, esos, nunca faltan.
La reacción no tardó. En los mercados y en los buses, la gente hablaba en voz baja, como si el país estuviera escuchándose a sí mismo.
—¿Oíste lo que dijo ese señor de los gringos? —preguntó una vendedora de mangos, acomodando su mesa. —Sí —respondió un taxista—. Estos creen que aquí somos colonia todavía. Porque en vísperas electorales, con la emoción y la ansiedad empapando las calles, el mensaje de Trump no fue una opinión extranjera más: fue una injerencia directa, aprendamos eso nosotros, un recordatorio brutal de cuán frágil es la soberanía cuando los poderosos sienten nostalgia de sus peones y como la noche más obscura y surreal, la promesa del hombre naranja de traer al convicto alegró a dos o tres con primaria truncada. El reflejo de una sociedad caótica, atrapada y atrasada, la misma lógica de un candidato que pensó que trabajar fuera del país sería suficiente para que como en concurso de belleza del cielo descendiera una corona sobre su cabeza y entre pompones y estrellitas con destellos de escarcha lo nombrarán presidente.


Y Cohep ¡Ay el Cohep! fue el templo del sacrificio. Cuantas veces viejos señores agarraron del brazo al saltarín, lo domaron, lo movieron de izquierda a derecha, regalado, puteado, empujado, humillado, dentro y fuera del país, para que finalmente, los que se han creído dueños de Honduras estimen que la mejor opción era el ángel con pies de cemento, quien usó las arcas de la alcaldía como una caja chica para que Monique hablé cuanta pendejada se le ocurra sobre Andy Warhol y sus quince minutos de fama, Salva lo dio todo por la causa del poder y fue desechado como el bagazo en la costa norte, también en esa casa del poder, se burló de él, quien pasea por su casa hablando solo, pensando ¿qué hice mal? ¿por qué me traicionaron? Por segunda vez, siempre les fui servil en la izquierda y en la derecha… y llora, se acurruca como volviendo al vientre de la madre, pues, aquí sí todo está perdido y ni Mercedes Sosa puede salvarlo, ni, aunque ofrezca su corazón.


La hambrienta y nostálgica prensa tradicional, tan ciega como Themis no ve al abusivo de Trump, ansiosa por dinero, como drogadicto por sustancia ha sembrado que habrá caos ¿y cuál caos si ya no tienen candidato? Abandonaron el periodismo para ser una enorme “fake news”, si pudieran dirían que Julio Cesar, fue el culpable de su asesinato y ascenderían a Brutus al poder si este les ofrece volver a comer como lo han hecho, bestias mentirosas hambrientas, sedientas y pestilentes. Les han quemado a sus candidatos, la ambición los cegó como a Salva olvidar que debía creer en el hondureño, pero todos descendieron a la depravación; por eso ha estas horas, Maribel anda en las esquinas buscando quien les cuide las mesas… ¡Ya es tarde! Demasiado tarde. Perdieron doblemente.


Mientras Nasralla recoge los pedazos de su vanidad, Honduras se prepara para votar entre quienes ya tienen padrinos confirmados y quienes todavía creen que la justicia del Imperio se consigue a fuerza de selfies con embajadores. Trump ya coronó a su favorito, y Salazar —ese Brutus tropical vestido de diplomática— fingió sorpresa, como si la apuñalada fuera accidente y no costumbre.
Nasralla, que pasó cuatro años ensayando su papel de “el elegido del Norte”, terminó descubriendo tarde que en la política hondureña los gringos no escogen héroes, solo peones con buen comportamiento. Y que él, con todo y su fe inquebrantable en la bendición extranjera, nunca pasó de ser un extra en una obra donde el guion siempre lo escriben otros. Así se cierra el acto: César cae, Brutus sonríe, el Imperio aplaude, y el pueblo hondureño —que ya se sabe esta obra de memoria— paga otra vez la entrada para ver la misma tragedia, con los mismos cuchillos y los mismos actores… solo que, en esta ocasión, hay una opción que conviene a los intereses del pueblo. Avanti.

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