La primera década del milenio, para el cardenal hondureño, Óscar Andrés Rodríguez, fue de ensueño en toda la Nación, periodistas especializados lo perfilaron como futuro máximo pontífice, mientras él peleaba contra voraces mineras extranjeras y exigía a la banca multilateral perdonar deudas de países empobrecidos, su hidalguía y amor tenía eco en Ciudad del Vaticano, hasta que la metamorfosis lo llevó al lado más obscuro de la historia nacional, en 2009 se graduó de golpista y, aunque la mutación ya era irreversible, continuó siendo de confianza en la “Santa Sede”.
Hoy, el cardenal ha anunciado su retiro, pidiendo perdón a los sacerdotes que lo han acompañado estos años por “límites que no he sabido responder”; al pueblo hondureño no extendió ninguna disculpa aún cuando sintió como fiesta catracha el éxito personal de Rodríguez, que ahora se va tras haber desperdiciado la oportunidad de ser conocido como un “santo o prócer moderno”.
El derecho canónico de la iglesia católica establece que los arzobispos deben renunciar a los 75 años, eso hizo Rodríguez hace cinco años, ahora a los 80 años, deja sus funciones al frente de los sacerdotes hondureños, pero no pierde sus títulos de cardenal ni de cura, y como premio por sus servicios podría ser nombrado asesor emérito de la iglesia en el país o miembro del colegio cardenalicio en el Vaticano.
Redacción Central / EL LIBERTADOR
Tegucigalpa. A inicios del milenio, la figura de Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, cuando recién fue nombrado cardenal por el Papa Juan Pablo II –primer hondureño en alcanzar ese título–, se convirtió en ídolo y símbolo de divinidad para el pueblo, sus logros eran fiesta nacional y el cariño popular aportó para que escalara en el Vaticano; hoy el clérigo se ha despedido en Misa Crismal otorgada a los sacerdotes de la diócesis de Tegucigalpa, pidiendo perdón a sus curas, pero no aprovechó la oportunidad para pedir perdón a la sociedad hondureña formada por millones de prójimos.
La celebración de este “jueves santo”, la Misa Crismal, es uno de los ritos incluidos a partir de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, que trata sobre la renovación de las promesas sacerdotales. La consagración del Santo Crisma y la bendición de los otros dos aceites, se considera una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del obispo.
Rodríguez Maradiaga dijo a los demás líderes espirituales que, teniendo presente a la “Divina Providencia”, oficiaría su última Misa Crismal como arzobispo de Tegucigalpa y acto seguido rogó el perdón por sus limitaciones en el ejercicio del cargo.
“Yo quiero pedirles perdón. Quiero pedirles perdón por mis límites que no he sabido responder a los que tienen derecho a esperar de su obispo”, reflexionó el cardenal.
Rodríguez, en su prédica compartió las dificultades de vivir en el camino de Cristo: “Es una vida que sabe también de desgaste, muchas veces en soledad, de incomprensión, de debilidades, errores y a veces callejones sin salida. Una vida que es probada muchas veces por la enfermedad que disminuye y envejece. Pero una vida que no cambia la entrega, de traición al amor que se afana por Dios y por los hermanos”.
“Si hay tristeza, resentimiento, insidia en nosotros y entre nosotros, no podemos hablar de amistad con Cristo ni entre nosotros sino tan solo de torpeza que no nos hace felices ni contribuye a la felicidad de los demás. Somos custodios de la alegría de nuestros hermanos como el Señor nos ha llamado a custodiar la nuestra”, amplió.
El cardenal se retira tras 29 años como arzobispo y en total, casi medio siglo sirviendo en la Iglesia Católica hondureña (44 años con precisión); sacerdotes han dicho en privado a EL LIBERTADOR que una de la principales críticas a Rodríguez es que protegió la degradación y corrupción de un grupo de sacerdotes afines a él, al sistema que agobia a los desprotegidos del país, a las agendas políticas que dañan Honduras y a las alianzas con el capital maligno.
Su figura, en el golpe de Estado en 2009, pasó a ser impopular –de forma oficial–; sin embargo, eso no fue el “génesis” de su divorcio con la doctrina social, la opción por los pobres y el mandamiento supremo de Cristo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, sino el acto que consumó la “traición” del clérigo que, de pronto, fue el máximo referente del Opus Dei –logia fundamentalista religiosa– que se ensañó contra el movimiento social que por 12 años recriminó la dictadura del Partido Nacional, sobre todo desde 2014.
Fue precisamente en los periodos ilegítimos del extraditable Juan Hernández (2014-2018 y 2018-2022), que el cardenal negó el evangelio, pues la iglesia pasó a ser lobby del gobernante y expulsó a la feligresía más fiel para no estorbar al alto mando político y militar, él rara vez fue visto en la “humilde” Hermita de Suyapa, casa original de “la patrona de Honduras”.
El seudónimo “cardemal” es uno de los ejemplos varios que confirman el rechazo popular; pero no siempre fue así, a inicios del milenio el hondureño sentía orgullo de Rodríguez al frente de la iglesia, era símbolo internacional de la Nación hondureña, de hecho, en 2005, su nominación para suceder a Juan Pablo II como Papa y máximo líder de la “Santa Sede”, fue un júbilo equiparable a ganarle una Copa del Mundo a Brasil, cuando el combinado nacional tenía 23 años sin ir al mundial y estando eliminado de la clasificación 2006.
En aquella ocasión, no había dudas sobre Rodríguez, pues su perfil académico lo definió como un “prócer moderno”; ingresó en la Congregación Salesiana en 1961 y recibió las órdenes sagradas en 28 de junio de 1970. Graduado en Teología por la Pontificia Universidad Salesiana y en Teología moral por la Pontificia Universidad Lateranense de Roma, tiene también un diploma en Psicología clínica y Psicoterapia (Innsbruck, Austria).
Aunque al final el Colegio Cardenalicio del Vaticano optó por Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) para suceder a Juan Pablo II, Rodríguez quedó muy bien parado en las altas esferas de la iglesia, el nuevo papa lo nombró presidente de la Confederación Cáritas Internacional, el brazo de proyectos sociales de la iglesia católica.
Pero mucho antes de eso, entre 1995 y 1999, siendo presidente de la Conferencia Episcopal de América Latina (CELAM), lideró la campaña “Globalización de la Solidaridad” que fue clave para que se condonara hasta en un 60% la deuda a países pobres, siendo titular en reuniones con organismos financieros internacionales, favoreciendo a una Honduras que en 1998 fue abatida por el Huracán Mitch.
Antes de su primera nominación como papa, luchó enérgicamente al lado de campesinos en la comunidad hondureña Minas de Oro, departamento de Comayagua, zona central del país; en aquel entonces (2003) las mineras extranjeras, desconociendo un cabildo abierto, metieron maquinaria para abrir una explotación a “cielo abierto” en el municipio, Rodríguez fue clave para detener el extractivismo.
Su lucha ambientalista hizo eco por varios años, en 2007 lanzó la campaña “La pobreza detrás de la minería, desenterrando justicia”, donde tuvo soporte de la agencia católica de Inglaterra Cafod y organizaciones ambientalistas nacionales para que la empresa minera “Entremares” eliminara su práctica nociva de explotación a cielo abierto.
En aquel entonces instó a modificar las situaciones “que obligan a países pobres y vulnerables a pagar un alto precio por la extracción de oro, traducido en destrucción ambiental, enfermedad, explotación y pobreza para muchos, al tiempo que genera escandalosas riquezas para unos pocos, habitualmente canadienses, estadounidenses y otras minas en sociedad con europeos o asiáticos”.
Tras la dimisión de Benedicto XVI, Rodríguez Maradiaga resonó con fuerza para ser el próximo papa, el cargo quedó para el argentino Jorge Mario Bergolio (Francisco I), quien lo mantuvo como uno de sus principales asesores, siendo coordinador del Consejo de cardenales (C-9) designado en abril de 2013.
En el orden de cardenales, según lo ha manifestado la escritora hondureña, Martha Alegría Reichman, que junto a su esposo se hicieron expertos en temas del Vaticano, Rodríguez Maradiaga es uno de los más cercanos al papa, pues cuando ésta pidió auxilio de la iglesia por la “traición sagrada” hacia ella y su difunto esposo, Alejandro Valladares, quien fue un destacado representante de Honduras en El Vaticano por 22 años, las puertas fueron cerradas, dando por perdidos los ahorros de toda una vida por hacer caso al pedido de inversión con un inglés que les hizo Rodríguez, pero el británico resultó ser un estafador profesional.
Rodríguez, pese a ser apoyado por el matrimonio Alegría-Valladares para escalar en la “Santa Sede”, dio la espalda cuando una mafia internacional saqueó el dinero que se invirtió en una firma internacional a cargo de Yusry Genian, recomendado por el cardenal; a la fecha, la viuda del diplomático lamenta que lo único que pedía de su entonces amigo, era una denuncia ante Interpol para proceder y tratar de recuperar el dinero que sería herencia a sus hijas, éste nunca aceptó; “el cardenal es un monstruo”, dijo doña Martha a EL LIBERTADOR.
Tras el golpe de Estado en 2009, Rodríguez Maradiaga fijó su postura a favor de la dictadura de Roberto Micheletti y del verdadero poder golpista que rompió el orden constitucional por intereses de grupos, y junto a Martha Lorena Alvarado, con quien compartía liderato del Opus Dei hondureño, lograron un brazo político para negar la política social que se había instalado en el Gobierno de Manuel Zelaya; pasó 12 años con homilías de ataque a la entonces oposición –hoy Gobierno– y se retira exigiendo que la nueva autoridad no sea “resentida”.
En 2002, el entonces editor ejecutivo de la revista londinense The Tablet, Austen Ivereigh, vio en Rodríguez un sucesor de Juan Pablo II, si bien ese no fue el camino, dejó su apuesta a futuro titulando en aquel año: “El cardenal que corre: Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga”. En este 2022, el cardenal cumplirá los 80 años, quedando inhábil para votar al sucesor de Francisco I, pero habilitado para ser máximo líder de la iglesia católica.
Rodríguez Maradiaga se jubila y hereda una escuela de sacerdotes “antisociales” con la visión colonial influida por poderes fácticos que no responden al mandato cristiano, entre ellos: Walter Guillén Soto (obispo de Gracias), Carlo Magno Núñez, Tony Salinas, y Juan José Pineda, éste último fungió como obispo auxiliar en Tegucigalpa hasta su renuncia en 2018, luego de la denuncia de L’Espresso tras una investigación, que señaló que existía un registro de supuestos pagos al cardenal por parte de la Universidad Católica de Honduras (Unicah).
Luego que EL LIBERTADOR publicara, por su interés nacional, el informe de L’Espresso, se ordenó que todos los puntos de ventas de este periódico en esa casa de estudios, desecharan seguir difundiendo la edición mensual impresa.
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