Elecciones generales anuncian ya, ninguna de las tres manos dejará que la Corte Suprema, Ministerio Público, Presidencia de la República y del Congreso, caigan en desconocidos, que no entienden que en nuestra política no hay enemigos, el sin estómago no cambia, aunque se vista de cardenal, militar, político o empresario. El hondureño sigue votando, porque débil y muriendo, se aferra a creer que algo puede cambiar. No jueguen con eso…
“El fraude es tan masivo en todos los partidos que están destruyendo el sistema… Están obligando al pueblo a rechazar los partidos mayoritarios y volcarse por otras alternativas electorales. Es una especie de autodestrucción irresponsable y torpe”, amigos y amigas mías, escuchen al viejo zorro Montoya, algo ha de saber…
Reflexión
EL LIBERTADOR
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Tegucigalpa. Tres anillos de seguridad, lejos del mundanal ruido de la ciudad, en alguna hacienda (los que tienen que conocerla, saben dónde queda), entre las armas, los abrazos y las sonrisas de oreja a oreja, tres hombres se reúnen. – Los sombreros se cuelgan a un lado y, a su debido tiempo, la seriedad se viste rural, se urde el parto de algo nuevo, en un sistema viejo –cambiemos todo, para que nada cambie, dicta el cinismo clásico– ¿Vos creés que este pueblo es pendejo va’? “Una cervecita y carnita asada y tenés el voto”. Los tres son uno, no son colores, ni partidos, son intereses comunes, los tres son uno… un sólo sistema.
Como Uróboro –serpiente mitológica que se come la cola en un círculo sin fin–, estaba yo, escuchando a las autoridades del nuevo proceso de elecciones en Honduras, “son las elecciones más transparentes de la historia, deben tener paciencia ¿cuál es la prisa?” Y un Alejandro Martínez grita: “Tenemos 30 días para dar los resultados, según la ley”. Según la ley… ¡según la ley!
Se repite un mantra de novela ya vista y de golpe, el “flashback” de una historia ya vivida, la mano de una gringa descarada y de un hondureño despersonalizado, sobre una urna. Tik Tok… —Va a pasar de nuevo ¡No puede ser! — pienso con impotente angustia y las imágenes mentales me dan vueltas como un carrusel enloquecido, gritos, trueno de balas, sangre, represión, muerte, gas, vinagre, toletes, cristales rompiéndose sobre mi cabeza…—
¡Fiesta nacional! Y allá van emocionados los que por fin quieren un cambio en el país, los que están angustiados y cansados de ver tanto pendejo en el poder, los ilusos y los soñadores, pero también las sabandijas están listas en cada barrio y colonia, siempre hay uno que se las tira de vivo y fanfarrón, son los cazadores de votos, con marmajas de billetes en las bolsas ¿quién se los dio? –Shhh… cállese, eso también es secreto de Estado ¿No sabe usted que el ganador es el que está en la mesa, no el que vota?
Doña Juanita, camina a la escuela de su distrito, los ojos brillan en la obscuridad, pero ella no se deja capturar, ella es Libre, Nacionalista o Liberal, a su partido no la engaña (es lo que piensa) ¿Entonces por qué sigue después de tantas décadas en ese mismo lugar? ¿Por qué cuando dicen “pobres”, usted levanta la mano? ¿Por qué su última morada será un feo cajón de alguna de las alcaldías? Hunde su dedo en la tinta y se ennegrece, como la tarde nos cae a todos y el crimen a las urnas.
Y llegan las 5:00 de la tarde, que se cierren los centros de votación y comiencen las negociaciones, ¡papi, esto así es! Golpea la ansiedad en los políticos novatos, orando a Dios por quedar en un puesto y aferrados a su promesa que ellos si harán el cambio; el de la reelección, sabe que este es problema de hombres y se resuelve con morados o carnitas y heladitas. ¡Que sumen los votos! Que los dados ya están echados y esta papada ya está repartida, ¿por la voluntad popular? –Pregunta un inocentón, que no sabe de política vernácula, donde yo nací, donde yo crecí y donde mi alma murió.
Horas antes, mucho antes, cuando el sol apenas salía, una joven llegaba al centro de votación en su abandonado y polvoriento montarral, donde dicen que los milagros no llegan y solo brilla el metal y la explosión de la AK-47, donde los narcocorridos truenan y los hombres con camisa abierta toman “Tatascán”. La puerta está cerrada y con tres candados en la escuelita, cuatro sujetos con cara de matones escoltan la entrada y la salida, adentro se llenan las urnas como maquila en plena producción; antes del mediodía, ya tienen escogido el alcalde, diputados y presidente. Nadie dice nada y nadie protesta, porque nadie quiere morir. Los militares son grandes ausentes, no es desconocimiento, es táctica.
Los medios tradicionales y los nuevos, ya tienen las cartas en las manos, viejos buhoneros de elecciones, desde la noche anterior en su parrilla de programación tienen los candidatos electos –“Si la ley deja un vacío, nosotros lo llenamos”– y los analistas ríen al unísono; los espectadores se ven los unos a los otros, pues no creen lo que acaban de escuchar. Como un leve susurro, comienza a surgir… fraude, fraude, otro fraude, hasta que ya no cabe en la casa y debe salir a las calles a gritarse ¡fraude! –Nambeee, este es un sistema limpio, democrático, bendito con agua y protegido con armas– Nosotros, los tontos, es que no entendemos los nuevos “paradigmas” ¡Aaaah! los “paradigmas” ¿cómo la encuestadora que siempre da ganador al narco y al corrupto?
Doña Juanita camina de regreso a su destartalada casa, aprieta aquellos 300 lempiras como si fuera la vida misma, bien enrollados y guardados en lugares milenarios, técnicas aprendidas a su madre, que nació y murió allí y supo cómo eran –y son– las cosas; pasa por la pulpería, luego de esquivar la primera, porque a esa le debe, va a la siguiente y apenas compra tres cosas y el dinero se fue. De lejos, atrás de los churros con marca de algún empresario hondureño, escucha la radio “Encuestas en boca de urna, va a ganar el candidato de Juan”. Doña Juanita, ya no llora más, en esta vida ha sufrido y entre dientes murmura: “Cerdos, mentirosos”. Se desdibuja al final camino.
Y se discutió el fraude, se pelean los votos inflados, pero nosotros no perseguimos al perro, sino a quien soltó la correa, no es la cuna, sino quien la mese; nada ha cambiado y el sistema es el mismo, se ha nutrido con savia de nuevos partidos, agregó un color nuevo, nada más, no importa que el Orlandismo se tragara al nacionalismo a manos de un representante, que alegremente aplaude su derrota sin saber que había perdido; lo que nosotros señalamos es la decadencia, es el crimen organizado, el delincuente vestido de empresario, los que tienen sus bancadas en el Congreso, son las transnacionales que se devoran el pulmón de los campesinos y se tragan la tierra para sacar los minerales, esto no es a lo pendejo y nadie es santo, mejor arreglar entre los que nos conocemos a que se metan cheles y nos encierren a todos, los que tenemos techo de vidrio y los que simplemente no lo tenemos.
Las elecciones generales son anunciadas desde ya, “en política no hay enemigos”, ¿recuerdan? Ninguna de las tres manos dejará que la Corte Suprema de Justicia, Ministerio Publico, presidencia del Congreso y de la República, caigan en desconocidos, en gente que “no le entiende el trámite”, el corrupto es el mismo, aunque se vista de cardenal, militar, político o empresario, solo cambia la presentación. El hondureño sigue votando, porque, aunque débil y muriendo, aun cree que desde ahí algo puede cambiar. Tengan cuidado con eso…
«Cuando miras mucho tiempo el interior de un abismo, el abismo también mira tu interior», así lo planteó Nietzsche, y un viejo guardián de las tradiciones políticas del patio lo augura también: “El fraude es tan masivo en todos los partidos que están destruyendo el sistema… Están obligando al pueblo a rechazar los partidos mayoritarios y volcarse por otras alternativas electorales. Es una especie de autodestrucción irresponsable y torpe”, amigos y amigas mías, escuchen al viejo de mil batallas vernáculas, Carlos Orbin Montoya, que algo ha de saber, seguro más que sus modelos, payasos, futbolistas y periodistas deportivos en licras. Y pendejo es el que cree que el pueblo es pendejo. Sólo el pueblo es eterno, desde acá respetamos las viejas consignas, aunque otros nunca hayan leído o visto que todo pasa, sólo el pueblo es inmortal.
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