Un recuerdo eterno para Usted, que prefirió el silencio honroso al ruido infértil, llegó, sirvió a su país y se retiró; su ausencia más allá de la vida o la muerte se sentirá y seguro que si lee este escrito tendrá al menos un reclamo o dos, pero, —don Emín, aunque no sea religioso extrañaré esos versículos cada mañana, créalo que sí, valoro su sabiduría y lo que sabe del poder.
No era un hombre de pueblo, pero pudo influir como pocos en el destino de la población hondureña; tampoco era un hombre vanidoso interesado en inmortalidad a través de alguna obra como buscar la presidencia de la República, no estaba interesado en que su vida fuese recordada, estudiada o admirada por generaciones futuras. Hay hombres que solo el silencio es capaz de entender la grandeza de su obra y lo invisible del poder.
Redacción Central / EL LIBERTADOR
Tegucigalpa. —Óigame don Emín, ¿cuándo me va a dejar entrevistarlo? —¿Para qué? —Responde cortante aquel hombre con la vivencia de ocho décadas entre huidizo del bullicio del mundo, empresas y decisiones íntimas del poder; —¡Porque ha sido una persona importante para el país!, eso no es poco. —No tengo nada qué decir, además si te la doy, después los periodistas van a venir a buscarme, tergiversan cosas y me voy a pelear con los políticos y no estoy para eso, mejor… (me mira con afecto), te voy hacer un café ¿Macchiato verdad? —Sí —respondo nada emocionado. Camina despacio por la sala de su casa hacía la cocina, un enorme tragaluz, según me contó, alguna vez fue un hermoso jardín, pero al fallecer su compañera de vida, también se desvaneció ese espacio, imágenes de la virgen a la que es devoto y juguetes de los nietos en los estantes, imponente el cuadro de su padre, don Salomón Barjum y que lleva con orgullo. —Ayúdame con tu café, —dijo al regresar sonriendo.


—Sino me quiere dar la entrevista, cuénteme algo: ¿Cómo mira el país? —¿Vos para qué creés que te invité?, es para que vos me contés, estoy lejos de ese mundo. El humo de un puro me dice que miente, pero la experiencia lo ha hecho un hombre hábil, qué prefiere el diálogo sincero a sentir un interrogatorio, entonces dialogamos. —Mirá, los políticos siempre han atrasado el país, claro qué hay excepciones, también ha habido empresarios corruptos, sin embargo, la mayoría han sido personas trabajadoras, participé en protestas en contra de gobiernos militaristas y eso que respetaba mucho al general Tiburcio Carías, mi papá me llevó a conocerlo cuando era un niño, en la casa de él la puerta estaba abierta y lleno de gente, atendía a todo el mundo y como a mí no me gusta la gente, eso fue sorprendente. En silencio supe que ya estábamos en una entrevista, muchos periodistas no entienden que, en efecto, la entrevista es una conversación íntima.
Don Emín lo sabía, era de esos hombres que en el silencio fueron más útiles que los bulliciosos en público, la acción reflexiva y la discreción pueden ser más valiosas que la ostentación verbal, implicando que un trabajo bien hecho sin necesidad de mucho ruido es superior a la exhibición vanidosa. El silencio permite reflexión profunda y gestación de ideas, mientras que la verbosidad exagerada puede ser superficial y un obstáculo para todo aquello que necesita prudencia.


Apasionado por el trabajo generado desde la empresa privada, forjado en aquellas largas jornadas por la costa norte, siempre se mostró huraño al empleo público o cargos “importantes”, huraño es una marca que lo define perfectamente para quienes lo conocieron y cuando aceptó algún puesto por ruego de algún viejo amigo o familiar, siempre condicionó su tiempo. Me quedó viendo y me dijo muy serio —Nunca pidás nada, si algún día te ofrecen un puesto en el gobierno, que te llame el presidente y vos decile cuánto tiempo tenés para desarrollar ese trabajo, no te quedés más, no abusés de los recursos y cuidá tu espalda—, y así lo hizo él.
Su padre, don Salomón, fue quien lo impulsó para ser presidente de la Cámara de Comercio e Industrias de Tegucigalpa (CCIT), fue a cada tienda del centro de la capital hondureña a reunir los poderes necesarios, cuentan que entre los empresarios ambiciosos, murmuraban que Emín no quería ese cargo y quizá, justamente eso, fue lo que hacía que lo volvieran a elegir una y otra vez, desde ese liderazgo empresarial logró llegar acuerdos con los gobiernos para trabajar en conjunto. El país estaba devastado por el Huracán Mitch, era 1998 y su primo, entonces presidente de la República, Carlos Flores, insistió que rectorara la máxima institución financiera de la Nación, el Banco Central de Honduras (BCH), pero pasó lo natural, don Emín dijo que no.


Tuvo que interceder la mamá de Carlos Flores, regañó al economista para que aceptara el cargo, fue cuando dijo que sí, pero solo sería la mitad del periodo de gobierno, y así fue, siempre arisco. Nunca utilizó un vehículo estatal y se les escapaba a los guardias de seguridad para tomar café y fumar puro, pero su desempeño fue excepcional: programas con el Fondo Monetario Internacional en tiempos duros, primeros pasos para entrar al Club de París, condonación de la deuda, contribución a la Estrategia de la Reducción de la Pobreza, hasta que dijo “terminé mi trabajo” y regresó a sus labores privadas, sin ruidos ni aspavientos.
—¿Te hago otro café? — Sí, por favor. —Mirá Jhonny, mi tiempo lo ocupo en un 80 por ciento a resolver problemas con el SAR (Servicio de Administración de Rentas), aunque no te voy a negar que han mejorado mucho en este gobierno, aunque no perfecto. En 2020, don Emin confrontó con la soberbia y abusos de la entonces directora del SAR, Miriam Guzmán, que remarcaba mucho las opiniones de malestar que emitía el empresario contra las decisiones estatales en materia tributaria; cuando ella amenazó con no pagarles a los generadores de energía y él respondió que entonces los empresarios no deberían pagar impuestos si el gobierno no aseguraba el pago por sus servicios, esto confrontó los sectores y tuvo muchísimas respuestas de ambos lados, esta fue quizá la última discusión pública del líder empresarial, aunque dejó firme su postura y que seguía siendo un líder en su campo.
Quizá era la visión desinteresada por los cargos públicos lo que hacía de don Emin, aún siendo un huraño, alguien próximo y a la vez distante del poder y las familias poderosas, aunque siempre estuvo cuando se le necesitó, aconsejó a muchos y su sombra está en más decisiones de las que pude llegar a conocer, aunque al final, él era más feliz siendo un ser humano que un instrumento político o económico, un hombre de gustos simples lo que lo convierte en un ser complejo, pudo ser presidente y simplemente no lo deseó, prefirió pasear por su jardín y pelear con los números y mirar las ardillas que le comían los frutos de su huerto, pero llevando una vida en apariencia tranquila con su cerebro fino y maquinador.


Don Emin se fue como vivió, un día cualquiera recibí un mensaje desagradable, sentí de pronto ese vacío de algunas tardes, lo siento: “Don Emín murió”, justamente recibí la noticia con un café en la mano, un momento de incredulidad, escribí a su número, esperando me respondiera y hasta hoy, nadie contesta. Fue un hombre que no tuvo miedo en ser quien quiso, un puro a la semana, nada más tenía autorizado, rebelde y esquivo, pero aún así me decía: —“¿Te venís mañana por un café?”, siempre fui, hasta la última invitación que recibí días antes de marcharse; no sé si realmente le importó la trascendencia en la vida o, simplemente, hizo siempre lo que consideró correcto, íntegro y virtuoso en sus silencios, sabio en sus consejos, la certeza de su integridad no necesito publicidad, ni grandes anfiteatritos que lo llenaran de aplausos.
Puede y no, haber un paralelo de don Emín con el pintor Vincent Van Gogh, a pesar de falta de reconocimiento en vida, sus pinturas y dibujos fueron dados a conocer tras su muerte, y hoy es considerado uno de los pintores más prolíficos de la historia del arte. Ninguno buscaba inmortalidad, solo hacían su trabajo en silencio, solo que Van Gogh dejó plasmadas sus creaciones y a don Emín le robe esta entrevista para hacerla pública, y no sé si estará de acuerdo. Un hombre real.
Don Emín, extrañaré ese café.

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