Este análisis enviado a la Sala de Redacción de EL LIBERTADOR y escrito por Mario Lubetkin, subdirector general y representante regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), expone:
“De acuerdo con cifras de la FAO, el 13% de los alimentos del mundo se pierde en la cadena de suministro, desde la postcosecha antes de la venta al por menor, y otro 17% se desperdicia en los hogares, servicios de alimentos y el comercio minorista.- Los niveles más altos de pérdidas ocurren en alimentos ricos en nutrientes como frutas y verduras (32%), carne y pescado (12,4%)”.
Por Mario Lubetkin
EL LIBERTADOR
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Durante los últimos años, la población en América Latina y el Caribe ha registrado un aumento preocupante en sus cifras de hambre, especialmente entre los más pobres de la región.
Cuando hablamos de inseguridad alimentaria en nuestra región, así como en el resto del mundo, nos damos cuenta de que esta es una problemática que no proviene de una deficiente producción de alimentos. De acuerdo con estimaciones de la FAO, América Latina y el Caribe podrían alimentar a más de 1.300 millones de personas, es decir, el doble de su población.
¿Dónde surge este problema entonces? Un factor relevante en esta materia es la pérdida y desperdicio de alimentos, cuya prevención es fundamental en el desarrollo de los sistemas agroalimentarios.
En 2019, la Asamblea General de Naciones Unidas estableció por primera vez el 29 de septiembre como el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos (PDA), reconociendo así el impacto positivo que puede tener el revertir las PDAs en la seguridad alimentaria y nutricional de la población.
A cuatro años de la instauración de este día, debemos hacer un balance de lo que hemos logrado, mirar hacia adelante y tomar acciones de forma inmediata para revertir un escenario complejo que tiene costos en materia económica, social, medioambiental y moral.
De acuerdo con cifras de la FAO, el 13% de los alimentos del mundo se pierde en la cadena de suministro, desde la postcosecha antes de la venta al por menor, y otro 17% se desperdicia en los hogares, servicios de alimentos y el comercio minorista. Los niveles más altos de pérdidas ocurren en alimentos ricos en nutrientes como frutas y verduras (32%), carne y pescado (12,4%).
Las ineficiencias a lo largo de la cadena alimentaria y en el consumo también tienen un gran impacto en el medio ambiente. Por tanto, la prevención de la pérdida y el desperdicio de alimentos puede ayudar a combatir el hambre y las consecuencias del cambio climático, a causa de la emisión de gases de efecto invernadero.
La evidencia científica actual da cuenta de soluciones innovadoras que apoyan a la agricultura familiar, a los sistemas de distribución y abastecimiento, a impulsar acciones de bio-economía circular y a orientar inversiones y financiamiento para desarrollar sistemas de vigilancia y alerta temprana para evitar las PDAs, así como marcos legales integrales que apunten a la prevención. Pero aún no es suficiente.
A fines de agosto, la Oficina Regional de la FAO para América Latina y el Caribe organizó un debate sobre cómo prevenir y reducir las pérdidas y los desperdicios de alimentos en el contexto de la seguridad alimentaria y la nutrición, que contó con la participación de la Santa Sede, representantes del gobierno de Chile y de la FAO.
Esta conversación profundizó ideas y soluciones para pasar de la reflexión a la acción y entender que poner fin al fenómeno de la pérdida y desperdicio de alimentos tiene un impacto directo en la vida de las personas y de la sociedad en su conjunto.
El camino es claro: para hacer frente a esta situación es imperativo trabajar de forma coordinada y multisectorial para lograr resultados rápidamente. Los gobiernos, las empresas, la sociedad civil y la academia deben sumar esfuerzos, generando evidencia, inversiones en infraestructura y en tecnología, entre otras medidas para hacer frente a esta situación.
Aún falta mucho por hacer. La pérdida y el desperdicio de alimentos debe ser abordada desde una perspectiva ética, política y científica. Todas y todos somos responsables de este desafío.
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